Habitar los intersticios
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Por Hugo César Moreno Hernández
La oposición más tangible al interior del dispositivo escolar, que no la única, es entre adultos y estudiantes. Para lo que aquí interesa, nos centraremos en los jóvenes estudiantes, asumiendo que la relación entre adultos y niños estudiantes tiene una especificidad cuya complejidad exige análisis precisos para los cuales no tengo argumentos más o menos acabados, pues no es mi área de interés. Sin embargo, los principios de funcionamiento del dispositivo escolar están presentes en las escuelas para párvulos y elementales.
Dicho esto, entonces es claro que las disputas entre adultos y jóvenes estudiantes tiene su propia naturaleza. En principio, podemos decir que la escolarización masiva es la precursora del fenómeno de la juventud. Ya he hablado antes de la necesidad de pluralizar el término, sin embargo, aquí se singulariza por la relación escolar en la definición jóvenes estudiantes. De alguna manera, la juventud es una aparición no calculada, no esperada, por la operación del dispositivo escolar a escala masiva. La escuela produjo las primeras experiencias juveniles.
La escuela posibilitó la experiencia juvenil porque es un territorio habitado que busca imponer las formas en que los jóvenes estudiantes deben habitar su propio cuerpo, el otro territorio en disputa. Así, los adultos disputan con los jóvenes su propio cuerpo porque buscan disciplinarlo para formar un sujeto con habilidades cívicas y técnicas. Esto es, un ciudadano cercano al modelo más límpido, capaz de desenvolverse en la sociedad éticamente, al comprender y asumir las leyes que le ofrecen ciudadanía, pertenencia al cuerpo político e identidad dentro de dicho cuerpo.
Además, para ser buen ciudadano, debe ser buen trabajador, capaz de aprender lo necesario para desempeñar el trabajo que sus habilidades le permitan. El enroque entre el desarrollo de habilidades cívicas y técnicas resulta en la formación de un sujeto debilitado para la resistencia política, es decir, se trata del ciudadano modélico que acepta las reglas del juego y juega en él sólo bajo las reglas impuestas sin tentaciones de cambio social. Se trata del cuerpo dócil del que habla Michel Foucault en Vigilar y castigar.
Pero los sujetos nunca están totalmente maniatados, sino que transitan las relaciones de poder según las posibilidades de tensionarlas hasta cierta horizontalidad. Esto se logra, por parte de los jóvenes, ignorando, eludiendo o fingiendo actitudes frente a las reglas. Es decir, los jóvenes territorializan el espacio escolar y su propio cuerpo habitando y creando intersticios.
Encuentran el punto ciego, se van detrás de los edificios, logran abrir los espacios negados o se niegan a llevar el cabello corto o el uniforme, lo modifican levemente o usan una camisa más floja o la falda más corta, subiéndola unos centímetros y lista para deslizarla hacia abajo cuando la mirada inquisidora las pone en foco.
La forma en que los jóvenes habitan y crea los intersticios promueve conflictos con los adultos, quienes buscan resanar las grietas, tapar los hoyos, iluminar los rincones, sancionar las modificaciones al uniforme, prohibir el maquillaje, humillar al reincidente como ejemplo y un repertorio que responde a la creatividad juvenil. Pero los jóvenes estudiantes, al estar juntos, han creado procesos de enseñanza-aprendizaje de saberes soterrados propios que se transmiten de manera horizontal: la socialidad.