Socialidad sin escuela
Por Hugo César Moreno Hernández
Para las juventudes, el encierro como medida para afrontar la emergencia sanitaria de 2020 significó limitar, aún más, los territorios habitables, sobre todo la escuela y la calle en sus diversas expresiones. El territorio digital explotó en vitalidad, siendo las juventudes las más asiduas para buscar reestableces espacios de socialidad a través de redes sociodigitales, producción de objetos digitales, streaming, videoconferencias, etcétera. Para las juventudes de los países más desarrollados esta forma de habitar el territorio digital era más común, pero al convertirse en cotidianidad compartida con todos, la sensación de despojo tuvo una onda expansiva.
En nuestros países, las juventudes tomaron con más facilidad ese territorio pero con la misma necesidad que los adultos. La manera en que se llevaron a cabo las clases en línea, como reacción y con poca planeación, son ejemplo de esto. Recuerdo un video viral, que no es otra cosa que la grabación de un sesión, donde, supongo que tras ponerse de acuerdo, los estudiantes dicen al profesor, un hombre de más de sesenta años, según se nota en el video, que no se escucha, que algo tiene si micrófono, todos fingen no escucharlos, el profesor se desespera, no sabe qué pasa.
Pincha aquí y allá, las risas casi explotan entre los estudiantes, hasta que uno de ellos recomienda al profesor que pulse, al mismo tiempo, las teclas alt F4. Para quienes tenemos un poco de conocimientos de programación, los comandos, es decir, el uso de teclas para activar funciones a través del teclado, sabemos que pulsar esas dos teclas al mismo momento sirve para cerrar la ventana activa. Pero el profesor no lo sabía. Procedió a seguir el consejo y las risas ya se escuchaban cuando termina el video, obviamente, porque el profesor cerró la aplicación.
No es complicado imaginar cómo se pusieron de acuerdo los estudiantes, quizá por WhatsApp o por otro servicio de mensajería, o sólo a través de la comunicación instantánea que promueve la travesura, bastó con que uno fingiera no escuchar al profesor para que los demás siguieran la corriente con la expectativa de saber hasta donde llevar la broma. En ese intercambio se percibe un relación de socialidad que ocupa la grieta formada por la ignorancia del profesor y los saberes compartidos por los estudiantes.
La proliferación de memes sobre el analfabetismo tecnológico de los profesores llenó las pantallas. En particular, recuerdo varios que aludían a la incapacidad de los profesores para conectar el proyector a la pantalla, con mensajes del tipo “el profesor que siempre pide ayuda para conectar el proyector ahora te va a dar clases en línea”, implicando que si el profesorado presentaba serias falencias para usar hardware, cuando todo pasara por software, es decir, programas y aplicaciones donde el uso no es tan amigable y exige capacitación para tener un buen desempeño, se auguraba una relación ríspida donde, al principio, la revancha juvenil por usurpar el territorio digital, sería despiadada.
