Dispositivo Escolar

Si la escuela es opresiva ¿Debería desaparecer?

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Para un muchacho de secundaria, el tiempo de una clase puede llegar a ser abrumador. Quizá le importa poco lo que el profesor explica al frente y espera que mire al pizarrón para lanzar una mirada cómplice a uno de sus compañeros. El otro entiende el gesto. Espera a que el instigador pida permiso para ir al baño. Espera un poco más y hace lo mismo. Se encuentran en el baño y planean alguna travesura. Saben que deben regresar al aula antes de que termine la clase para no encontrar al profesor en el patio, lo que podría resultar en un regaño o algo peor. Ya tienen planeado qué hacer durante el receso. Otros compañeros ya tenían decidido jugar futbol contra los compañeros de otro grupo. Algunos otros se reunirán tras el edificio más escondido para platicar y fumar algunos cigarrillos. Los chicos traviesos ya han identificado a su víctima, le harán una broma pesada sólo porque les cae mal, porque es muy ñoño y no se junta con nadie. Durante el partido alguna entrada llegara a aventones y la sentencia de pelea afuera de la escuela, en el estacionamiento de una tienda de conveniencia o en algún terreno baldío cerca del plantel. Algunas muchachas se congregarán en el baño para platicar, buscando el espacio más íntimo de la escuela, otras escucharán música desde el celular. Muchos y muchas estarán viendo contenidos en TikTok o Instagram, o se enviaran mensajes, imágenes, audios o videos por WhatsApp. Tras el receso, lo ocurrido en el patio y otros espacios será tema de conversación, la profesor o profesora le costará conminar al silencio para dar su clase, la cual se sentirá abrumadora a los pocos minutos y los más audaces tratarán de evadirse buscando quedar impunes por la transgresión. Al final del día, muchos y muchas irán tras los oponentes que dirimirán la afrenta con los puños, otros correrán a casa para enterarse por mensajes o a jugar algún videojuego, pocos tendrán la ilusión de llegar a casa para hacer la tarea, esa innoble costumbre pedagógica que sólo les resta tiempo. En los mensajes por WhatsApp o en otras plataformas, poco se hablará de lo aprendido en clase, quizá algún cínico pida que le pasen la tarea y esa sea la conversación con el contenido más académico. Ese es un día más o menos común para los jóvenes estudiantes de secundaria. Los aprendizajes académicos, cuando se les cuestiona sobre su día a día en la escuela, poco aparecen, son muy laterales. ¿Esto significa que la escuela no sirve, no funciona? Quiero insistir desde mis intereses de investigación y también desde mi experiencia en la elaboración de reactivos para la evaluación de aprendizaje en la formación Cívica y Ética, que mis observaciones no se centran en los procesos de aprendizaje, sino en las relaciones de socialización y socialidad al interior de la escuela. Bajo esta advertencia, la respuesta a la pregunta es no. El que los jóvenes estudiantes pongan poco entusiasmo a los contenidos académicos no significa que la escuela no sirva o no funcione. La escuela es fundamental para la construcción de identidad y pertenencia, para el intercambio de saberes, tanto prácticos como académicos. La escuela es la institución con el mejor funcionamiento, por eso ha cambiado poco desde que se instituyó como dispositivo con objetivos de formación cívica y técnica. Los jóvenes aprenden, quizá de manera lateral, pero son jalados hacia la centralidad del proceso de enseñanza-aprendizaje porque deben aprobar exámenes, deben presentar calificaciones, están imbuidos en ese proceso. El acento lo colocamos desde el enfoque de juventud en la relación entre socialidad y socialización, proponiendo que se ponga más atención, desde la toma de decisiones del sistema educativo, en la importancia de la experiencia juvenil riquísima en las escuelas. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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El enfoque de juventud frente al dispositivo escolar

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández El problema central que conlleva asumir un enfoque analítico está en la concentración del observador sobre los sujetos o los procesos, por mencionar sólo dos polos de atracción. La mayoría de las veces esa concentración sobre unos u otros puede ser leída como una toma de partido, es decir, se está a favor de los sujetos quienes padecen la opresión de los procesos o se está a favor de los procesos que producen subjetividad, es decir, o se asume que sin sujetos no hay procesos o que sin procesos no hay sujetos. Cualquiera de las dos posturas es errónea, tan baladí como el viejo acertijo del huevo y la gallina. La complejidad de la producción de subjetividad implica múltiples trenzados procesuales donde diversos dispositivos actúan. Digamos que la subjetividad, siendo muy simples, es la posibilidad de implicarse en relaciones sociales, ofrece sentidos a las orientaciones sociales, a las prácticas sociales, aprendemos a ser sociales, entes sociales, a través de procesos sociales. Qué produce la sociedad: la sociedad. No es lugar para explicar ni desplegar teorías al respecto, sólo quiero dejar asentado este punto para discutir, de manera muy sencilla, si desde el enfoque de juventud existe una postura en contra del dispositivo escolar. Rápidamente, la respuesta es no. No, el enfoque de juventud no busca, por decirlo de alguna forma, descubrir las falencias del dispositivo escolar para promulgar su desaparición y si los argumentos que se despliegan desde la crítica que se logra al desmontar el dispositivo escolar desde el enfoque de juventud son utilizados para argüir a favor de la desaparición de la escuela, por ejemplo, no es problema del enfoque, sino de quien interpreta lo leído bajo el influjo de posturas ideológicas, algo de lo que ninguna ciencia social logra escaparse. Por ello, es útil dejar bien establecido que el análisis crítico sobre el dispositivo escolar ejercido por el enfoque de juventud, que, como ya se ha mencionado en este espacio, es un enfoque que utiliza herramientas teóricas y metodológicas de la sociología, la antropología social, la filosofía política, los estudios culturales y otras disciplinas, busca desmontar las relaciones a través de las cuales se produce subjetividad en las sociedades contemporáneas. Lo que para algunos puede ser una falencia, como, por ejemplo, el hecho de que la juventud sea un fenómeno no esperado de la puesta en marcha de la masificación de la educación, sobre todo cuando se convierte en bien público, para otros puede significar la mayor de las bondades. Podría pensarse que, para quienes nos dedicamos al estudio de las juventudes, el dispositivo escolar es la mejor de las cosas sociales que pudieran existir, pues sin él, los sujetos de nuestro interés no existirían. Nada más absurdo como esto, las ciencias sociales no funcionan con ucronías, aunque bien pueden utilizar mitos fundacionales desarrollados por la filosofía. En síntesis, el análisis crítico sobre el dispositivo escolar no busca definir si es bueno o malo, mejor o peor, sino comprender cómo funciona y qué produce y promueve realmente, más allá de sus imposturas programáticas o modelados ideológicos. Se trata de entender cómo opera el dispositivo escolar para producir subjetividades juveniles situadas, tanto dentro del dispositivo como en sus entornos geográficos, demográficos y culturales. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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¿La escuela es buena porque produce subjetividad o mala porque es un dispositivo de opresión?

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Siguiendo con las reflexiones de la entrega anterior y atendiendo a las interpretaciones que el grueso de la población podría hacer de expresiones fundamentales para el análisis de las relaciones sociales como, por ejemplo, relaciones de poder o violencias simbólicas, es fácil comprender por qué podría parecer que una observación analítica montada sobre determinadas plataformas desde las cuales se configura un enfoque pareciera estar en contra de aquello que investiga. Para quienes integran el dispositivo escolar desde la cotidianidad, algunas aseveraciones construidas a través de procesos de investigación, podrían parecer duras, incluso injustas. Pensemos en aquello de las relaciones de poder, observar que en el aula, los pasillos, los patios, incluso los baños se establecen relaciones de poder asimétricas, donde los adultos están por encima de los estudiantes, puede sentirse como una crítica que deja de lado relaciones donde la responsabilidad de los adultos es determinante para lograr el objetivo básico del proceso educativo, puede sentirse que el análisis busca promulgar una libertad casi absoluta de los estudiantes, sin guía ni responsabilidades para con su proceso educativo. Es claro que, en término del funcionamiento del dispositivo escolar, la socialización, como proceso vertical del ejercicio del poder es necesario e intransferible, sobre todo que no puede ser eliminado de la relación educativa. Es lo que es, así sucede. El análisis desmonta las relaciones para comprender cómo funciona el dispositivo y si se señala que, por ejemplo, la imposición del uniforme o la definición sobre cómo portar el cuerpo promueve conflictos, insisto, es la expresión de una realidad mostrada desde el punto de vista de quien recibe el ejercicio de poder y el objetivo es coadyuvar en ofrecer mecanismos de gestión de los conflictos de maneras no violentas. En ese sentido, las investigaciones sobre el dispositivo escolar con enfoque de juventud nunca inician, y si lo hacen inician desde un marco no científico, preguntando si la escuela es mala, si la educación es opresiva o si el dispositivo escolar debería desapareces. Se pregunta sobre su funcionamiento, sus efectos de sujeto, sus relaciones sobre el entorno y las falencias resultantes de esas relaciones, muchas investigaciones tienen también el objetivo de ofrecer herramientas para mejorar las relaciones entre los sujetos pertenecientes al dispositivo, tanto adultos como estudiantes. A la pregunta del título de esta entrega (¿La escuela es buena porque produce subjetividad o mala porque es un dispositivo de opresión?), deberían hacérsele varias adecuaciones en términos teóricos y metodológicos, en principio, evitar el juicio de valor, porque, qué significa bueno y en qué contexto, qué es malo y para quién. En todo caso, una pregunta seria se formularía así: ¿Cómo se produce subjetividad desde la escuela? Describir y comprender cómo sucede el fenómeno permite ofrecer otras formas para acometer el difícil proceso educativos, comprender que los sujetos ahí implicados han pasado por otros procesos de subjetivación y la puesta en juego de dichos procesos tendrá resultados diversos, alcanzando, apenas ciertas trazas de similitud, digamos, técnica y cívica. Por ello, la pregunta del título debe diseccionarse en la pregunta por la cosa y la pregunta por el proceso, en ese sentido, la segunda pregunta podría formularse así, otra vez, evitando los juicios de valor: ¿en qué mediada la escuela funciona como dispositivo de opresión? en ese caso, es preciso comprender a cabalidad el término opresión y definir si esto sucede o no en la escuela, si los límites y relaciones de poder asimétricas oprimen o dirigen. Material para otra entrega. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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La colonización del territorio digital como drama social

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Sin duda, la emergencia sanitaria de 2020 es un punto de quiebre en el proceso de colonización del dispositivo escolar sobre el territorio digital. De repente, ese territorio de socialidad comenzó a plagarse de exigencias escolares, de vigilancia y de relaciones de socialización. Pero no fue sencillo, los jóvenes, más hábiles y audaces que sus profesores y padres, disputaron sin piedad el espacio, promoviendo situaciones complejas, humillaciones sobre sus profesores, trampas y demás triquiñuelas para defender su territorio. Y la colonización del territorio digital no se quedo en la virtualidad, pues engulló los espacios íntimos de la casa, no sólo de los jóvenes estudiantes, sino también de sus profesores y demás adultos implicados en el proceso educativo. Las pantallas se abrían a la intimidad de la habitación o de la sala, la cocina, el comedor, desnudando horriblemente las diferencias sociales. Los más reticentes omitían encender las cámaras y era imposible saber si tomaban la lección o desayunaba o jugaban algún videojuego. Por más implacable que fuera la colonización del dispositivo escolar, las condiciones socioeconómicas de muchas familias obstaculizaron el uso de las herramientas digitales para llevar la escuela a la casa. En las redes circularon muchísimas imágenes de este proceso, algunas bellísimas donde los profesores buscaron, como verdaderos bricoleros, adaptar sus espacios íntimos como aulas, con pizarrones miniatura y elementos mínimos. Pero esa belleza sólo desnudaba la insondable desigualdad. Vienen a mi memoria las imágenes de una profesora dando su clase virtual desde unas instalaciones dignas de foro televisivo, con pantallas gigantes, con transmisiones limpias, claro, desde alguna instalación en la universidad de Harvard y pienso en una colega poco hábil en las herramientas digitales que nunca pudo enfocar su cámara y sólo se miraba la parte superior de su cabeza. Cuestiones de recursos, porque nadie nos preparó para la tragedia del Covid y nadie nos ayudó para tomar el territorio digital con dignidad. El drama social, término acuñado por Victor Turner, es elocuente para comprender mejor el momento. Un drama social se escenifica cuando intereses y, en este caso, formas de habitar el territorio digital, pone frente a frente a distintos grupos en obvia oposición. Si bien cada quien estaba frente a su pantalla, el medio coagulo estructuras de disputa y conflicto que no se podían resolver a través del medio que las permitía. Para Turnes, los dramas sociales son unidades aislables que pueden describirse descubriendo la partícula que las promueve. Así, más allá de la emergencia sanitaria, el drama social inicia con la colonización del dispositivo escolar sobre el territorio digital, exigida por la emergencia, pero estallada por las desigualdades entre saberes, formas de uso y económicas.  Como explica Turner, el drama social llega a una resolución según se gane o pierda en las disputas o se gestionen los conflictos, pero no todo drama social se resuelve claramente, ya sea en términos de ganadores y perdedores o acuerdos entre las partes. Sin embargo, la ausencia de claridad no implica que sea imposible analizar cómo se resolvió tal o cual drama social, al determinar la «forma procesional» del drama. Para el caso que nos ocupa, todavía estamos en el proceso de comprender a cabalidad lo que sucedió durante la pandemia y después de ésta, y eso es necesario para evitar los conflictos que derivaron de las relaciones sociales establecidas en ese momento, así como del alcance de la colonización del dispositivo escolar sobre el territorio digital ¿Hasta dónde podrá llegar y cuáles serán las respuestas contra dicho proceso? Autor: Hugo César Moreno Hernández

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Sociedades de control y dispositivo escolar

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández En un breve ensayo titulado “Post-Scriptum sobre las sociedades de control”, Gilles Deleuze explica cómo se articulan las tecnologías del poder foucaultianas, digamos clásicas, de la disciplina, el panóptico y la anatomopolítica con las necesidades del capitalismo postindustrial, es decir, con las necesidades de una sociedad donde el sujeto debe ser más dúctil en cuanto a sus deseos de consumo. Para Deleuze, las sociedades disciplinarias dan paso a sociedades de control, distinguiendo la disciplina del control a través de las fuerzas moduladoras que ya no precisan de lugares específicos (escuela, hospital, cárcel, psiquiátrico, etcétera) sino que se extienden en el continuo de la vida cotidiana. Pensemos esto ayudados de otro gran autor, Pierre Bourdieu, quien analiza las trayectorias vitales de los sujetos a través de trabajos pedagógicos, distingue el primer trabajo pedagógico realizado en la casa, del segundo trabajo pedagógico realizado en la escuela, dependerá de las historias subjetivas qué tan bien se articulen ambos trabajos. Estos dos trabajos pedagógicos se condicen perfectamente con la idea de sociedades disciplinarias. Ahora bien, en la actualidad nos encontramos con trabajos pedagógicos posteriores a la escuela, trabajo pedagógico de tercer orden en el mundo del trabajo, sobre todo cuando es cada vez más complicado que existan trabajos para toda la vida, el sujeto se somete a nuevos procesos de aprendizaje y adaptaciones, es decir, desaprendizajes. Esto ya no sucede en entornos cerrados, sino en la continuación de los procesos por otras vías. Ahí aparece la llamada educación continua y ahí se articulan las posibilidades ofrecidas por el mundo digital. Si bien universidades y otras organizaciones han desarrollado plataformas para ofertar la llamada educación continua, las redes sociodigitales tienen cualidades específicas para lograr la extensión de los trabajos pedagógicos más allá del aula, el taller, la fábrica o la oficina. En el momento que el dispositivo escolar desarrolló plataformas propias y comprendió las posibilidades ofrecidas por las redes sociodigitales, comenzó un lento, pero imparable proceso de colonización del dispositivo escolar hacia ese territorio habitado por las juventudes. Se entendió que las redes sociodigitales tienen posibilidades educativas, donde sus diseños pueden adecuarse para facilitar el proceso de enseñanza-aprendizaje, al permitir crear grupos de estudio, publicar contenido educativo, entregar tareas y, una forma clara de colonización del territorio digital, desarrollar espacios comunes para padres, alumnos y profesores. Así, Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, WhatsApp, TikTok se utilizan para apoyar el aprendizaje. En ese sentido, comprender la idea de colonización implica analizar cómo el dispositivo escolar, que ya tiene herramientas eficaces para imponerse al territorio corporal y espacial, busca imponerse en el territorio digital, ahí donde los jóvenes tenían la ventaja de ser habitantes iniciales. Ahí la disputa está, en principio, en que los adultos aprendan a usar las herramientas digitales con el objetivo de educar cívica y técnicamente en un territorio donde los jóvenes habitaban sin objetivos específicos, como espacio de socialidad sin atisbos de mecanismos de socialización. Podemos imaginar el territorio digital como espacio de pura socialidad al que se le quiere colonizar con búsquedas de socialización y eso promueve nuevas disputas entre las juventudes y el dispositivo escolar. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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Intersticios de socialidad, intereses de socialización

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández  Cómo aparecen los intersticios en el territorio digital, cómo se da la socialidad. Si en el espacio físico de la escuela, la socialidad es un proceso resultante del estar juntos, es decir, posterior al proceso de socialización, en el mundo digital la situación se invierte. Es decir, aparece como un territorio de socialidad pura, entendiendo por esa pureza la ausencia de pulsiones de socialización, el cual después es hostigado por las necesidades de control del dispositivo escolar. En principio se prohíbe, después trata de incluirse en los procesos pedagógico-formativos. El territorio digital es intersticial porque se habita en paralelo y, a veces, en contra de las exigencias del espacio físico, como el aula, donde la atención se exige sin ambages. Si se ha estado en un aula con treinta, cuarenta o cincuenta estudiantes de nivel secundaria o, incluso, en esos sistemas de educación media superior donde la infantilización de los estudiantes se asume como medio de control, donde, a diferencia de otros sistemas, los jóvenes estudiantes no tienen facultades para gestionar sus horarios y estos están determinados para todos por una decisión central, se habrá experimentado esa sensación de fragmentación que genera la necesidad de estar reconviniendo al silencio constantemente, silencio que no se logra del todo, donde la voz del profesor se acongoja en la insondable vacuidad de un espacio lleno de cuerpos que se disputan el espacio, el oxígeno, la atención del otro. Súmese a ese panorama un territorio en paralelo donde la disputa por la atención es todavía más apremiante. Por supuesto que ese intersticio es mucho más complicado de descubrir y cancelar. El espacio digital, al integrarse a los territorios del cuerpo y el espacio físico, es territorio de socialidad. En la medida que se ha convertido en una constante de difícil control, el dispositivo escolar ha tratado de usarlo para procesos de socialización, lo que choca con la forma, digamos sólo como descriptor, natural de territorialización realizada por los jóvenes estudiantes. En los procesos de las llamadas sociedades de control a las que llama la atención Gilles Deleuze, donde los dispositivos sociales logran continuidad cotidiana mediante la ampliación de su influjo en, por ejemplo, la capacitación continua o educación continua, en la autovigilancia en temas de salud y en la imposibilidad de hacer cortes temporales en el trabajo, sobre todo en el trabajo inmaterial, el mundo digital ha permitido su implementación de mejor manera, sobre todo para las generaciones anteriores a la actual. Pero la generación que ha vivido la mayor parte de su vida adquiriendo capital digital a través del uso y práctica cotidiana, habitar el territorio digital no se condice con la búsqueda por extender, por ejemplo, los procesos pedagógicos. Esto promueve conflictos entre la forma de habitar el territorio digital por parte de los jóvenes estudiantes y los modelos ideados por los adultos que buscan integrar el territorio digital a procesos pedagógicos. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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Tiempos paralelos

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández  Qué tanto interfiere el territorio digital en la operación del dispositivo escolar. Quizá primero deberíamos preguntarnos a qué responde en la socialización del sujeto contemporáneo, es decir, qué tan trabajador y cívico es necesario que sea. El dispositivo escolar, tal y como hoy podemos identificarlo (recuérdese que no se trata de la escuela en sí, sino de todos los elementos que le constituyes: desde las leyes, reglamentos y orientaciones pedagógicas hasta las situaciones físicas y enclaves contextuales) mantiene los contornos y límites que le dieron origen hace casi dos siglos, más o menos. En su operación no ha cambiado mucho porque ha sido exitoso en funcionamiento y resultados (que poco tienen que ver con la idea de la educación como herramienta político-social para promover la movilidad social), es decir, como productor de subjetividades. Sin embargo, como han probado sociólogos como Bauman y filósofos como Byung-Chul Han, la sociedad actual, bajo el influjo de un capitalismo de consumo, precisa de sujetos más dúctiles, más líquidos, menos anclados en los valores de la ética protestante weberiana. Consumidores y no productores. En ese sentido, el dispositivo escolar está en crisis respecto a las subjetividades que busca proporcionar al sistema social. En eso no ha cambiado a pesar de que se promueven procesos formativos destinados a dotar a los sujetos de ansias emprendedoras, si funciona para algunos, es por la procedencia de clase y las relaciones de clase, no necesariamente por los procesos de enseñanza aprendizaje. Pero la realidad del mundo fuera de la escuela exige otras habilidades que le interfieren, no la cancelan, pero sí la movilizan para obligarla a mirar hacia afuera. El territorio digital tiene esa capacidad de movilización. En qué medida desestabiliza al dispositivo escolar, es complejo describirlo, pero es claro que dicha desestabilización no ha transformado radicalmente al dispositivo escolar, éste tiene en sí herramientas de captura muy potentes porque, en principio, funciona para mucho más de lo que se supone, que es la formación cívica y técnica. Eso sería lo esencial, pero no es su principal resultado, el cual ofrece resultados no esperados, como el fenómeno de la juventud y los procesos sociales que de éste se desprenden. El territorio digital, al ser habitado en un tiempo que logra paralelismo con los tiempos destinados a procesos que exigen concentración, abre otras posibilidades intersticiales, amplifica líneas de contacto que producen otras formas de relaciones sociales, genera nuevas tensiones que pueden llevar a conflictos donde las formas de gestionarlos exigen innovar en tiempo real, lo que apremia y genera escaladas innecesarias, lo cual es comprensible en la medida que los jóvenes están creando y aprendiendo constantemente y los adultos reaccionando a lo que los jóvenes están produciendo con pocas habilidades para orientar sus tiempos en paralelismos. Pensemos en dos o tres o cuatro tiempos que transcurren al unísono: la clase, la lección, la interacción con compañeros y profesores, el time line de Facebook o Instagram, la conversación en WhatsApp o Telegram, la transmisión por twich o TikTok, todo sucede al mismo momento pero signa tiempos distintos, experiencias que se difieren según la plataforma, la clase y el momento del día. Los jóvenes estudiantes desarrollan habilidades para moverse en esos tiempos paralelos, la mayoría de los adultos, no. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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Socialidad (paréntesis)

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández ¿Qué es la socialidad? ¿En qué se diferencia de la sociabilidad? ¿Se opone a la socialización? ¿sólo sucede en la escuela? Estas preguntas son pertinentes para ofrecer una buena orientación sobre el término socialidad, así como su capacidad explicativa cuando observamos el fenómeno de las juventudes. En ese sentido, esta entrega es un paréntesis antes de continuar con el recorrido sobre los territorios habitados en el dispositivo escolar, pues la socialidad es central para comprender las maneras de habitar los intersticios. Así pues, la socialidad define el estar juntos como un proceso de intercambio de saberes realizado de manera horizontal, así como la aceptación, por parte del colectivo que ha compartido saberes, de reglas para estar y mantenerse juntos. Cuando digo reglas estoy pensando en la distinción que hace Jean Baudrillard para comprender el funcionamiento del juego: en el juego no hay ley, hay reglas que le dan sentido al juego, no seguirlas por parte de los jugadores significa acabar con el juego. De esta manera, la socialidad, como proceso horizontal, precisa de la sociabilidad de los sujetos, pero va mucho más allá, si entendemos por sociabilidad la cualidad de ser sociable y si asumimos la doxa del ser sociable como aquel que logra sociabilizar fácilmente con los demás. No es el caso de la socialidad, pues si bien exige que los pares sean sociables entre sí, la relación en el estar juntos pasa por compartir sus saberes a través de los cuales formulan reglas en sentido ético, estético y lingüístico. Es decir, producen sus propios valores, los cuales, muchas veces, pero no necesariamente, se oponen a los valores generales que busca transmitir el dispositivo escolar, aquellos a través de los cuales produce sujetos cívica y técnicamente dotados. Ahora bien, la socialidad no sólo sucede entre jóvenes y en la escuela. Es un proceso, como explica Michel Maffesoli, autor de donde tomamos el término, resultado de la viscosidad del estar juntos, de la cotidianidad del estar juntos y experimentar la vida estando juntos. Pero la escuela es un espacio donde, debido a cómo se habitan los espacios a través de disputas, la socialidad se expresa claramente según su relación con el proceso de socialización. La socialización es el proceso de formación de sujetos dotados de habilidades cívicas y técnicas, insisto, la socialización promueve al buen ciudadano trabajador a través de ejercicios de poder verticales, de arriba hacia abajo. La socialización es la imposición de arbitrarios culturales, es el ejercicio de la violencia simbólica teorizada por Pierre Bourdieu, pero no es una violencia tácita. Es la producción de un habitus, para seguir con Bourdieu. En ese sentido, es la interiorización de las estructuras sociales que orientarán las prácticas sociales del sujeto. Como violencia, y esto siempre se presta a equívocos, es impositiva, pero sin su ejercicio no hay socialización, es decir, subjetivación, dicho de otro modo, sujeto. La socialización se logra a través del trabajo de diversos dispositivos (familia, escuela, iglesia, trabajos, etcétera) y no siempre están en consonancia, por ello, el dispositivo escolar, sobre todo cuando se masifica, se opone a los procesos de socialización familiares, para implantar los valores generales. Por su parte, la socialidad es horizontal y sucede al momento de estar juntos y compartir saberes que no son apreciados por el dispositivo escolar y tampoco por otros dispositivos, pero logran compartirse en ese estar juntos. Así pues, la calle también es un territorio donde la socialidad permita la coagulación de agregaciones juveniles, donde se pueden encontrar también los jóvenes estudiantes.

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Habitar los intersticios

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández La oposición más tangible al interior del dispositivo escolar, que no la única, es entre adultos y estudiantes. Para lo que aquí interesa, nos centraremos en los jóvenes estudiantes, asumiendo que la relación entre adultos y niños estudiantes tiene una especificidad cuya complejidad exige análisis precisos para los cuales no tengo argumentos más o menos acabados, pues no es mi área de interés. Sin embargo, los principios de funcionamiento del dispositivo escolar están presentes en las escuelas para párvulos y elementales. Dicho esto, entonces es claro que las disputas entre adultos y jóvenes estudiantes tiene su propia naturaleza. En principio, podemos decir que la escolarización masiva es la precursora del fenómeno de la juventud. Ya he hablado antes de la necesidad de pluralizar el término, sin embargo, aquí se singulariza por la relación escolar en la definición jóvenes estudiantes. De alguna manera, la juventud es una aparición no calculada, no esperada, por la operación del dispositivo escolar a escala masiva. La escuela produjo las primeras experiencias juveniles. La escuela posibilitó la experiencia juvenil porque es un territorio habitado que busca imponer las formas en que los jóvenes estudiantes deben habitar su propio cuerpo, el otro territorio en disputa. Así, los adultos disputan con los jóvenes su propio cuerpo porque buscan disciplinarlo para formar un sujeto con habilidades cívicas y técnicas. Esto es, un ciudadano cercano al modelo más límpido, capaz de desenvolverse en la sociedad éticamente, al comprender y asumir las leyes que le ofrecen ciudadanía, pertenencia al cuerpo político e identidad dentro de dicho cuerpo. Además, para ser buen ciudadano, debe ser buen trabajador, capaz de aprender lo necesario para desempeñar el trabajo que sus habilidades le permitan. El enroque entre el desarrollo de habilidades cívicas y técnicas resulta en la formación de un sujeto debilitado para la resistencia política, es decir, se trata del ciudadano modélico que acepta las reglas del juego y juega en él sólo bajo las reglas impuestas sin tentaciones de cambio social. Se trata del cuerpo dócil del que habla Michel Foucault en Vigilar y castigar.  Pero los sujetos nunca están totalmente maniatados, sino que transitan las relaciones de poder según las posibilidades de tensionarlas hasta cierta horizontalidad. Esto se logra, por parte de los jóvenes, ignorando, eludiendo o fingiendo actitudes frente a las reglas. Es decir, los jóvenes territorializan el espacio escolar y su propio cuerpo habitando y creando intersticios. Encuentran el punto ciego, se van detrás de los edificios, logran abrir los espacios negados o se niegan a llevar el cabello corto o el uniforme, lo modifican levemente o usan una camisa más floja o la falda más corta, subiéndola unos centímetros y lista para deslizarla hacia abajo cuando la mirada inquisidora las pone en foco. La forma en que los jóvenes habitan y crea los intersticios promueve conflictos con los adultos, quienes buscan resanar las grietas, tapar los hoyos, iluminar los rincones, sancionar las modificaciones al uniforme, prohibir el maquillaje, humillar al reincidente como ejemplo y un repertorio que responde a la creatividad juvenil. Pero los jóvenes estudiantes, al estar juntos, han creado procesos de enseñanza-aprendizaje de saberes soterrados propios que se transmiten de manera horizontal: la socialidad.

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El Territorio Escolar

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Como se observó en la anterior entrega, podemos identificar dos territorios que forman parte de la trama que teje al dispositivo escolar: el espacio físico y el cuerpo. La escuela, en sentido lato, tiene evidencia en el inmueble habitado por los cuerpos dispuestos según las funciones cumplidas en su interior. Pero no es necesario el inmueble con un enorme letrero donde avise su vocación, ahí donde los cuerpos estén dispuestos según nociones pedagógicas, mandatos estatales y se busque formar a los sujetos cívica y técnicamente, habrá escuela y, así mismo, el espacio ocupado le dará consistencia práctica. Con esto quiero decir que la noción de escuela, escolaridad, escolarización y todo aquello que busque mensurar su densidad en términos demográficos son líneas o series que conforman al dispositivo escolar. Sin embargo, en este recorrido, me interesa centrarme en la manera en que se habitan los territorios y cómo esto fomenta experiencias subjetivas y sociales distintas, observando cómo los territorios y sus relaciones configuran las problemáticas más interesantes para analizar en el complejo tejido del dispositivo escolar. El espacio físico de la escuela se habita según la función, creo que esto está claro. En cuanto al cuerpo, la función también es trascendental para ubicar a los sujetos dentro de la escuela. Esto significa que la función cuadricula los territorios para consolidar una especie de mapa desde donde se configuran los movimientos de los cuerpos. Hay espacios cerrados para unos, hay sujetos que tienen casi todos los espacios abiertos, hay espacios que se pueden circular libremente sólo durante algunos momentos, hay sujetos que circulan por todo el espacio con la función vigilante y hay vigilancia constante. Por ejemplo, los baños se habitan según género y edad, pero hay sujetos que pueden irrumpir en ellos para cumplir su función de vigilancia. Cabe destacar que la función de vigilancia no sólo busca mantener la disciplina, sino también proteger a los sujetos bajo supervisión. En un modelo idílico del espacio escolar, cada rincón de la escuela estaría iluminado, evitando escondrijos donde podría ocultarse a la benévola y vigilante mirada de los supervisores. Sin embargo, como sucede con todo espacio físico, siempre existirán lugares donde la mirada vigilante no pueda penetrar. Se estará alerta sobre la posibilidad de que sean habitados y se desalojarán cuando se habiten. Y como en todo espacio social, siempre será posible crear lugares para evitar la mirada vigilante. Retomando a Frederic Thrasher, se entiende por estos espacios como intersticios: grietas, recovecos, esquinas oscuras, rincones escondidos, lugares ensombrecidos a determinadas horas, la mirada del profesor sobre el pizarrón, el libro o la lista de asistencia. Cada espacio fuera de la acción panóptica devendrá en un territorio dentro de la escuela para ser habitado y ahí se pondrán en suspenso las lecciones, las reglas, las miradas reprobatorias y la verticalidad del poder de socialización ejercido por los sujetos al mando. Las relaciones en estos territorios se expresan con la dureza de la relación de poder vertical entre profesores y estudiantes, entre directivos y estudiantes, personal administrativo y estudiantes, personal policial y estudiantes. Cada relación implica distintas formas de gestionarse, pero la constante es una relación de poder vertical entre adultos y niños o jóvenes. Así, la posibilidad de los estudiantes (niños o jóvenes) para habitar los intersticios del territorio escolar, implica siempre una disputa con los adultos.

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