La colonización del territorio digital (sentido positivo)

Por Hugo César Moreno Hernández

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Si bien es ingenuo suponer neutralidad en el mundo digital, el cual está compuesto por múltiples accesos de entradas y salidas, es decir, plataformas, apps, portales, buscadores, etcétera, que están diseñados para permitir la producción de contenidos según reglas internas y, cada vez más, legislaciones específicas sobre el uso de imágenes, audios, videos y texto, sí es posible observar que son las juventudes las subjetividades pioneras en plantar banderas, después llegamos los demás.

En ese sentido, la palabra colonización tiene la función de describir una ocupación posterior a los primeros habitantes, los jóvenes. Pongamos el caso de Facebook (quizá pasó un poco con Hi5, fotolog y MySpace, pero no duraron tanto como Facebook como para corroborarlo).

Actualmente, Facebook está poblada por personas adultas, lo que ha cambiado el ecosistema de la red, incluso sentidos de uso. Con el afán de vigilar las actividades internáuticas de los hijos, los padres empezaron a colonizar Facebook. Así, motivaron la entrada de los abuelos y las necesidades comunicacionales abrieron la entrada para crear y compartir contenidos que claramente ya no respondían a las dinámicas juveniles. Los jóvenes se fueron a Instagram, TikTok, Snapchat, Twitch, buscando mejores condiciones para producir los intersticios para habitar en el mundo digital.

Otras redes sociodigitales aparecieron con naturalezas más amplias en cuanto al agregado generacional, como LinkedIn, Youtube, Twitter o WhatsApp, quizá sólo LinkedIn sea la red sociodigital con vocación, digamos, adulta, las otras tienen cualidades para agrietarse en intersticios desde donde se han creado trayectorias muy exitosas para las juventudes, convirtiendo la labor de crear contenidos en una especie de profesión posmoderna: el youtuber o su expansión, al articular distintas plataformas, el influencer, pues según una encuesta de Morning Consult de 2023, el 57% de las personas jóvenes entrevistadas deseaba convertirse en influencer como si se tratara de formarse en una profesión para trabajar.

Sin duda, para la mayoría es sólo un sueño guajiro, pues en el universo de usuarios de las redes sociodigitales, que puede llegar, más o menos, a los 4 200 millones en el mundo, según un informe de 2022 de Linktree, solo hay 200 millones de creadores que monetizan, apenas el 4,7% de los usuarios pueden considerar su actividad en redes sociodigitales como un trabajo en términos de la generación de ingresos.

Y ya sería demasiado revisar qué tipo de contenidos son los más lucrativos, pero uno puede encontrar desde aquellos que generan sólo entretenimiento hasta aquellos que entretienen a través de saberes adquiridos por profesiones practicadas, desde historiadores, lingüistas, arquitectos, biólogos, escritores, y la fauna es extensa y diversa tanto en calidad como en capacidades desprendidas del origen de los creadores.

En ese sentido, cuando pienso en los procesos de colonización del mundo digital, pienso más allá de la agregación de subjetividades no juveniles, pues la naturaleza del territorio digital permite, busca y fomenta la ampliación de sus usuarios remodelando sus ambientes, haciéndolos más amigables para ampliar el espectro en todos los sentidos y en todas las articulaciones posibles, no sólo la edad, sino también asuntos de clase, sexo-genero o condiciones de racialización-etnización. Por ello, si imaginamos el mundo digital como un territorio, debe suceder una primera colonización que llamo “positiva” en cuanto le da la consistencia humana específica (juvenil, adulta, mixta, etcétera).

Autor: Hugo César Moreno Hernández
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