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Modas, corporalidades y espacio educativo

JuvenilES Por Ángela Rivera Martínez La industria de la moda en los últimos años nos ha invitado a reflexionar desde otros ángulos sobre las representaciones corporales contemporáneas. Si bien el ámbito de la moda ha sido reconocido por su impronta “normativa” respecto de los cuerpos, de un tiempo a esta parte también ha cumplido otro rol: cuestionar los estereotipos tradicionales de la belleza, ciertamente, dentro de sus propios términos. En este artículo compartiré parte de mi experiencia como antropóloga trabajando con modelos que son parte de la industria mexicana de la moda y cuáles pueden ser sus aportes a los debates sobre la diversidad, en clave corporal, y por qué es importante pensar en el asidero que estos temas debieran tener en el contexto educativo y en el trabajo con jóvenes. Al ser la antropología una disciplina que se aproxima a los diversos espacios y territorios por medio de la experiencia de quien investiga -además del andamiaje teórico con el que contamos-, la aproximación que tuve hacia la industria de la moda partió desde la observación más “periférica” hasta adentrarme, por medio de entrevistas, en las prácticas corporales que implicaba “ser modelo” en la industria en Ciudad de México. Por medio de las voces de diversos modelos, complementado por mi propia experiencia, tuve una serie de aproximaciones hacia este trabajo, muchas veces visto como algo “superficial”. Uno de los hallazgos más importantes para mí, fue darme cuenta de la serie de aprendizajes y habilidades con las que se debían contar para este trabajo. Desde afuera, solemos ser consumidoras de un “producto acabado”, es decir, un espectacular en medio de la calle, una publicidad en un aparador de una tienda departamental, la portada de una revisa, o en determinados casos, la caminata ritual de una pasarela en casos más documentados. De tal modo que ignoramos la serie de procesos que han ocurrido tras estas imágenes, que bien podemos considerar como imágenes culturales, es decir, productoras de sentidos y representaciones, disputadas en el cotidiano por cada una y uno de nosotros. Un aspecto que me pareció crucial para el propósito de este texto, es mencionar que así como vemos productos acabados dentro de la lógica del consumo, la trastienda del modelaje también resulta un espacio completamente desconocido. Al ser una profesión que en reiteradas ocasiones es pensada más bien como un “pasatiempo” o un trabajo temporal, desconocemos que, justamente, esos imaginarios sociales colaboran en velar una serie de irregularidades que ocurren tras este aparentemente glamouroso quehacer. La experiencia de las y los jóvenes modelos con los que tuve oportunidad de platicar, dieron cuenta de distintos tipos de maltratos y vejaciones sufridas al interior de la industria; los más sencillos refieren a la falta de pagos y condiciones de precariedad en la que se desarrollan sus labores, hasta la narración de situaciones más complejas referidas, específicamente, a la alimentación y los límites corporales, en clave laboral, situaciones que retomaré en párrafos posteriores. Los últimos años, la industria de la moda en México se ha plegado a los diferentes intentos internacionales por diversificar los tipos de belleza que presenta hacia el público consumidor. Si bien, muchos de estos esfuerzos obedecen más bien a decisiones globales, la industria local ha empleado sus propias estrategias con la finalidad de saldar una suerte de deuda con la población mexicana. Una de las formas que se encontró a nivel de mercado y marketing fue incorporar modelos cuyas características refirieran de una manera más directa a la población en México, esto implicó la creación de perfiles comerciales que aludían a lo que hoy se conoce como “belleza mexicana”. Este perfil comercial tiene la particularidad de abrir los cánones tradicionales hacia algo que resulta, incluso, increíble que no haya ocurrido antes: reclutar modelos de pieles morenas. Sin embargo, la altura y delgadez, siguen siendo parámetros transversales que pocas veces se disputan. Varios de los modelos con los que pude conversar, fueron “agenciados” (jerga de la industria para expresar la contratación por parte de una agencia formal) luego de esta apertura de cánones, que obedece tanto a la petición de clientes, marcas y demanda internacional de los perfiles con los que se trabajaba en la industria Mexicana. Lo interesante de este aspecto es que en los relatos de los modelos abundan los matices respecto de esta diversificación; transitan desde la valoración de este cambio, de la importancia de ampliar los marcos de representación, de la realización de un sueño imposible, hasta una fuerte crítica sobre la comercialización y mercantilización de ciertas identidades y características corporales. Algunos y algunas de ellas destacaban la importancia de ser parte de esta transformación representacional a nivel social, pero criticaban fuertemente qué, en reiteradas ocasiones, eran instrumentalizados por una industria que, constantemente, busca más estrategias de comercialización que una inclusión “real”. Sin embargo, el revés de esta crítica puede mantiene un diálogo tácito con la población y, en específico, con las juventudes y las corporalidades. El territorio estético y corporal ha sido históricamente un espacio de disputa para las juventudes; un territorio en donde circulan significados, se construyen y deconstruyen antiguas u obsoletas formas y se replantean las normas. Tal como señala la antropóloga Maritza Urteaga, lo estético para las juventudes no implica sólo la vestimenta o la dimensión expresiva que puede tener un tipo de vestuario o elección de ropa, sino que para las juventudes y, en general, las comunidades, lo estético llama ser comprendido como el experimentar y sentir en común. A partir de esta noción es que se destaca la importancia que tiene la moda y la dimensión estética para las juventudes. Ahora bien, no solo la moda y la fractura de representaciones normativas ha tenido importancia en la relación que mantienen las juventudes con las corporalidades. Los últimos años se ha sumado una pieza clave: las redes sociales, también ubicadas como territorios de disputas que han articulado una serie de inquietudes referidas al plano de lo estético, incorporando en sí una noción más amplia de la corporalidad. La diversidad, en clave

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Intersticios de socialidad, intereses de socialización

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández  Cómo aparecen los intersticios en el territorio digital, cómo se da la socialidad. Si en el espacio físico de la escuela, la socialidad es un proceso resultante del estar juntos, es decir, posterior al proceso de socialización, en el mundo digital la situación se invierte. Es decir, aparece como un territorio de socialidad pura, entendiendo por esa pureza la ausencia de pulsiones de socialización, el cual después es hostigado por las necesidades de control del dispositivo escolar. En principio se prohíbe, después trata de incluirse en los procesos pedagógico-formativos. El territorio digital es intersticial porque se habita en paralelo y, a veces, en contra de las exigencias del espacio físico, como el aula, donde la atención se exige sin ambages. Si se ha estado en un aula con treinta, cuarenta o cincuenta estudiantes de nivel secundaria o, incluso, en esos sistemas de educación media superior donde la infantilización de los estudiantes se asume como medio de control, donde, a diferencia de otros sistemas, los jóvenes estudiantes no tienen facultades para gestionar sus horarios y estos están determinados para todos por una decisión central, se habrá experimentado esa sensación de fragmentación que genera la necesidad de estar reconviniendo al silencio constantemente, silencio que no se logra del todo, donde la voz del profesor se acongoja en la insondable vacuidad de un espacio lleno de cuerpos que se disputan el espacio, el oxígeno, la atención del otro. Súmese a ese panorama un territorio en paralelo donde la disputa por la atención es todavía más apremiante. Por supuesto que ese intersticio es mucho más complicado de descubrir y cancelar. El espacio digital, al integrarse a los territorios del cuerpo y el espacio físico, es territorio de socialidad. En la medida que se ha convertido en una constante de difícil control, el dispositivo escolar ha tratado de usarlo para procesos de socialización, lo que choca con la forma, digamos sólo como descriptor, natural de territorialización realizada por los jóvenes estudiantes. En los procesos de las llamadas sociedades de control a las que llama la atención Gilles Deleuze, donde los dispositivos sociales logran continuidad cotidiana mediante la ampliación de su influjo en, por ejemplo, la capacitación continua o educación continua, en la autovigilancia en temas de salud y en la imposibilidad de hacer cortes temporales en el trabajo, sobre todo en el trabajo inmaterial, el mundo digital ha permitido su implementación de mejor manera, sobre todo para las generaciones anteriores a la actual. Pero la generación que ha vivido la mayor parte de su vida adquiriendo capital digital a través del uso y práctica cotidiana, habitar el territorio digital no se condice con la búsqueda por extender, por ejemplo, los procesos pedagógicos. Esto promueve conflictos entre la forma de habitar el territorio digital por parte de los jóvenes estudiantes y los modelos ideados por los adultos que buscan integrar el territorio digital a procesos pedagógicos. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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Tiempos paralelos

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández  Qué tanto interfiere el territorio digital en la operación del dispositivo escolar. Quizá primero deberíamos preguntarnos a qué responde en la socialización del sujeto contemporáneo, es decir, qué tan trabajador y cívico es necesario que sea. El dispositivo escolar, tal y como hoy podemos identificarlo (recuérdese que no se trata de la escuela en sí, sino de todos los elementos que le constituyes: desde las leyes, reglamentos y orientaciones pedagógicas hasta las situaciones físicas y enclaves contextuales) mantiene los contornos y límites que le dieron origen hace casi dos siglos, más o menos. En su operación no ha cambiado mucho porque ha sido exitoso en funcionamiento y resultados (que poco tienen que ver con la idea de la educación como herramienta político-social para promover la movilidad social), es decir, como productor de subjetividades. Sin embargo, como han probado sociólogos como Bauman y filósofos como Byung-Chul Han, la sociedad actual, bajo el influjo de un capitalismo de consumo, precisa de sujetos más dúctiles, más líquidos, menos anclados en los valores de la ética protestante weberiana. Consumidores y no productores. En ese sentido, el dispositivo escolar está en crisis respecto a las subjetividades que busca proporcionar al sistema social. En eso no ha cambiado a pesar de que se promueven procesos formativos destinados a dotar a los sujetos de ansias emprendedoras, si funciona para algunos, es por la procedencia de clase y las relaciones de clase, no necesariamente por los procesos de enseñanza aprendizaje. Pero la realidad del mundo fuera de la escuela exige otras habilidades que le interfieren, no la cancelan, pero sí la movilizan para obligarla a mirar hacia afuera. El territorio digital tiene esa capacidad de movilización. En qué medida desestabiliza al dispositivo escolar, es complejo describirlo, pero es claro que dicha desestabilización no ha transformado radicalmente al dispositivo escolar, éste tiene en sí herramientas de captura muy potentes porque, en principio, funciona para mucho más de lo que se supone, que es la formación cívica y técnica. Eso sería lo esencial, pero no es su principal resultado, el cual ofrece resultados no esperados, como el fenómeno de la juventud y los procesos sociales que de éste se desprenden. El territorio digital, al ser habitado en un tiempo que logra paralelismo con los tiempos destinados a procesos que exigen concentración, abre otras posibilidades intersticiales, amplifica líneas de contacto que producen otras formas de relaciones sociales, genera nuevas tensiones que pueden llevar a conflictos donde las formas de gestionarlos exigen innovar en tiempo real, lo que apremia y genera escaladas innecesarias, lo cual es comprensible en la medida que los jóvenes están creando y aprendiendo constantemente y los adultos reaccionando a lo que los jóvenes están produciendo con pocas habilidades para orientar sus tiempos en paralelismos. Pensemos en dos o tres o cuatro tiempos que transcurren al unísono: la clase, la lección, la interacción con compañeros y profesores, el time line de Facebook o Instagram, la conversación en WhatsApp o Telegram, la transmisión por twich o TikTok, todo sucede al mismo momento pero signa tiempos distintos, experiencias que se difieren según la plataforma, la clase y el momento del día. Los jóvenes estudiantes desarrollan habilidades para moverse en esos tiempos paralelos, la mayoría de los adultos, no. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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Cómo se habita el Territorio Digital

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Decía en la entrega anterior que el territorio tiene una fuerte relación con la experiencia al sostener su, digamos, realidad fáctica, en los relatos, en las narrativas. En ese sentido, si podemos aislar un tipo de experiencia como experiencia juvenil, diferente a la experiencia escolar, entonces también podemos aislar los territorios según sean habitados por los sujetos específicos, en el caso de la escuela, por los jóvenes estudiantes o por los adultos que los supervisan y forman, descubriendo ahí otra tensión que puede llevar al conflicto. Descubrir y crear intersticios promueve socavar la funcionalidad especifica de un espacio, como, digamos, el baño o esa zona del patio donde un árbol entorpece la mirada del adulto supervisor o modificar el uniforme y ocultarlo con otra prenda no modificada para, después, portar el cuerpo en el patio mostrando cómo se ha adquirido cierta autonomía a través de la argucia, juegos tácticos, micropolíticas, ironías y burlas con las cuales los jóvenes estudiantes se disputan los territorios. Pero aparece un nuevo territorio, muy nuevo respecto a los otros, aunque el cuerpo de los jóvenes puede tener la misma calidad de novedad que el territorio digital, sin embargo, para los adultos, el cuerpo juvenil está ahí para ser gestionado de manera anatomopolítica, no es nuevo para ello, han pasado varias cohortes y, en su mayoría, se parecen. Cambian peinados, modificaciones de los uniformes, lenguajes y discursos, pero son iguales en su sentido operativo: hay que formarlos. Esa pulsión está generalizada entre los profesionales de la educación básica, y se robustece en la escuela secundaria (donde se educa a jóvenes de 12 a 15 años). La secundaria es formativa, repiten como mantra. Y entonces apareció ese otro territorio que los muchachos podían llevar en el bolsillo. Es importante comprender que este territorio interfiere con el territorio escolar de manera diferenciada según clase, situación geográfica, procesos de etnización o racialización, porque los primeros teléfonos inteligentes, ese dispositivo que amplificó el territorio digital y permitió su intromisión en el cuerpo y el espacio físico, se masificó poco a poco y a un ritmo marcado por la desigualdad, si tomamos en cuenta que para el 2021, en México, en las zonas rurales sólo el 56.5% de la población era usuaria de internet, mientras que en las zonas urbanas el porcentaje era de 81.6%, así, no es de extrañar que en escuelas privadas el uso de los dispositivos electrónicos se plegarán más rápido al proceso de enseñanza y aprendizaje, mientras que en las escuelas públicas los reglamentos incluían en sus prohibiciones el uso del celular, por ello, cabe la pregunta ¿Cómo se habita el territorio digital según cada contexto? Por supuesto, decir que de manera desigual y diferenciada es una verdad de Perogrullo, y aquí no hay espacio para responderla a cabalidad, pero sirve para decir que, de una u otra forma, los jóvenes estudiantes habitan el territorio digital y, al hacerlo, producen otro tipo de tensiones y conflictos. En principio, como nativos, el territorio digital se relata en contradicción con el uso programado, formativo y especializado, lo que orienta al habitante usuario. Como alguna vez me dijo una profesora de secundaria: “Yo no sé por qué les dicen nativos digitales si no saben usar bien Excel o Word”. Creo que es elocuente esto cuando distingo entre nativos y usuarios, los primeros no habitan el territorio digital para trabajar, sino para jugar, mientras los segundos entramos al mundo digital para solucionar necesidades laborales, lo que no implica que hayamos aprendido a jugar. Sin embargo, en esas diferencias se tejen las tensiones territoriales entre la socialización y la socialidad.

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El Territorio Digital

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández  Después de reflexionar sobre los territorios del cuerpo y el espacio físico, los intersticios y la socialidad, es momento de hablar sobre la irrupción de un tercer territorio: el ciberespacio o territorio digital. Pero ¿por qué es un territorio? Al igual que la experiencia, la territorialización, es decir, habitar los territorios, implica narrativas, esto es, relaciones entre memorias, sensaciones y presentaciones acompañadas de performances que expresan lo experimentado y, en este caso, lo habitado. El territorio implica al espacio físico, situado con las especificidades de las relaciones sociales que ahí suceden, como la escuela. El espacio en abstracto, tiene lugares, como los salones, patios, pasillos, baños y entre ellos están los intersticios, descubiertos o creados con los cuales los jóvenes estudiantes practican sobre cartografías de coordenadas móviles desde donde perciben los movimientos de los cuerpos, esto se transmite como narrativa, pues desde estas prácticas se generan discursos sobre los cuerpos propios, los movimientos de los adultos y los lugares ocupados según su sentido de socialización (el aula) o de socialidad (los intersticios). Los jóvenes estudiantes, al igual que los adultos, habitan el espacio escolar territorializándolo con el relato de las experiencias propias y apropiadas, de dentro y fuera con lo que dibujan los mapas y los trazos de posibilidad, imposibilidad y transgresión. Los dispositivos electrónicos juegan un papel central en las narrativas de los sujetos contemporáneos, con mayor peso para quienes nacieron en los albores del siglo XXI, pues si tenemos en cuenta que la comercialización de los llamados teléfonos inteligentes explotó entre 2007 y 2008, estos jóvenes han tenido entre manos pantallas potentes de expresión y producción cultural. Hay quienes los llaman nativos digitales, mientras que los adultos de generaciones anteriores serían usuarios digitales. Esta distinción es importante porque define cómo se habita el territorio digital según la edad del habitante. Con esto quiero dejar claro que todo aquel inmerso, por cualquier razón, en el territorio digital, se convierte en habitante de dicho territorio. Pero la forma de habitarlo define el tono de las narrativas, es decir, cómo se cartografía el espacio digital, como se practican los lugares, tanto en procesos de socialización como de socialidad y como se producen artefactos digitales. Por ejemplo, mi generación empezó a habitar el espacio digital con la seriedad de necesidades laborales, aprendiendo y valorando las ventajas de la alfabetización digital, mientras que los más jóvenes llegaron a ese territorio al mismo momento que habitaban su cuerpo y los espacios físicos hogareños y exteriores. En ese sentido, la seriedad con la que asumen la práctica del territorio se define por las exigencias del juego, para pensar con Baudrillard (ve La seducción), y no con la seriedad de quien usa una herramienta para conseguir un resultado. En ese sentido, el choque generacional frente al territorio digital se define a través de las formas de habitar dicho espacio y se expresa a través de relatos que difieren en sentido, necesidad y relaciones. Desde el para qué usarlos, pasando por la necesidad de usarlos para llegar a la creación de colectividad e identidad a través de la presencia constante que confirma la calidad de habitante del territorio digital. Autor: Hugo César Moreno Hernández

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“Lo mejor de la escuela es estar con los compas”. Los significados de la escuela en una comunidad rural

JuvenilES Por Alejandra A. Ramírez López Es otoño y pese a ello el calor de más de 35 grados centígrados resulta agotador. Estamos llegando a la escuela telesecundaria de una pequeña localidad de la Costa Chica Oaxaqueña, colindante con el estado de Guerrero. Está ubicada a la salida de la comunidad, así que, del centro a la escuela caminamos al menos quince minutos con el sol a todo lo que da. Nos recriminamos por no llevar una sombrilla. La arena se levanta a cada paso que damos y hace el camino más pesado. A nuestra llegada, el director de la escuela está esperándonos en la entrada y nos invita un plato de sandía con un vaso de agua helada. Nos comenta que para él y sus profesores es muy importante recibir ayuda e información de “personas que vienen de afuera, porque traen otra visión distinta a la gente del campo”.  ¿Cuál es la visión que tienen las personas rurales sobre la escuela? La escuela adquiere distintos significados para las personas jóvenes. Es un espacio donde pueden aprender junto a sus pares, socializar con sus amigas y amigos, aprender sobre las relaciones jerárquicas en la constante convivencia con las y los profesores, donde encuentran maneras de sobrellevar o burlar la autoridad. Y también, por supuesto, les otorga la posibilidad de adquirir conocimientos y habilidades formativas. Aunque es central preguntarnos acerca de los significados que la escuela adquiere de manera contextual. El terreno escolar es grande y cada grupo está haciendo distintas actividades en salones y canchas, un grupo de primero, por ejemplo, se encuentra en clase de español, mientras el otro grupo del mismo grado está en las canchas jugando. Los dos grupos de segundo se encuentran en clase. Mientras que los dos grupos de tercero están ensayando un bailable. Los semblantes cambian entre aquellos que están afuera y quienes se encuentran dentro de las aulas, estos últimos parecen estar cansados, acalorados o aburridos, pese a que no están en el sol como el resto de sus compañeros quienes ríen a carcajadas entre ellos. Los profesores les avisan a los dos segundos y los dos terceros que realizarán una actividad. Las chicas y los chicos que están bailando en la cancha entran a una de las aulas con desgano, mientras que aquellos que estaban en clases, ríen y se emocionan por salir de la rutina. Es por la hora, me dice una de las profesoras, a medio día ya están cansados porque hace mucho calor y las clases no les llaman la atención. Las y los jóvenes se sientan junto con sus profesores para hacer un diagnóstico sobre qué significa ser joven en su localidad, cuáles son las problemáticas que enfrentan las personas jóvenes y cómo podríamos tomar acción sobre ellas. Los estudiantes de telesecundaria señalaban que la escuela es central para que una persona sea considerada joven. ¿Qué pasa con los que no van a la escuela? -preguntamos con curiosidad, a lo que Nancy respondió: ah, ellos también son jóvenes, pero tienen que trabajar, andan en el campo, en la construcción, las mujeres se huyen (se van con sus novios). – ¡Quienes tienen más suerte pues se van a otro lugar o al norte! -apuntó Eduardo, a lo que Marco agregó: -¡No es suerte, es porque tienen más dinero! La escuela, puede leerse entonces, incluso como un espacio de privilegio y por lo tanto como un marcador de desigualdad, entre jóvenes rurales que viven en municipios de muy alta marginación. Casandra y Marco remarcaron que lo mejor de la escuela era “estar con los compas”. Muy pocos señalaron que lo más importante en la escuela fuera el estudio, aunque en su mayoría compartían la idea de que: – A la escuela se va a estudiar, pero ya adentro uno puede hacer otras cosas. – ¿Qué cosas?- preguntamos. -Jugar futbol y basquetbol, platicar con las amigas, bailar, grabar tik toks, escuchar música -fueron algunas de las respuestas. Dos ideas centrales resaltan en la experiencia escolar de estos jóvenes, la primera es que dicha experiencia no se vive de forma homogénea, pues de acuerdo a los recursos familiares algunos jóvenes podrán escolarizarse más que otros. La siguiente es que el aprendizaje pasa a segundo plano en sentido de que, “estar juntos”, adquiere un significado central en la conformación del joven estudiante rural costachiquense. Ello no quiere decir que los conocimientos que se aprenden no sean importantes en su formación, sino que la convivencia es central en su experiencia educativa junto a sus pares. Para las personas jóvenes que logran ingresar a la telesecundaria, la escuela es importante como parte de su identidad de estudiantes, además de que les otorga algunos privilegios, como permisos para hacer tareas fuera de casa o para participar en actividades extracurriculares. La educación secundaria está ampliamente extendida, pero suele ser el último de nivel de estudios que cursan los jóvenes costachiquenses de acuerdo a los datos del INEGI. Por lo que esta experiencia escolar suele disfrutarse al máximo, sobre todo en compañía de amigas y amigos con quienes generacionalmente comparten códigos, sentido e identidades. Mientras que en algunos sectores citadinos estudiar es una obligación de las y los jóvenes, en algunos espacios rurales en los que las personas no ganan más que el salario mínimo, la educación suele convertirse en un privilegio. Así, las familias que logran escolarizar a sus hijos un mayor número de años se ven en algunos casos con recelo y en otros con admiración. La educación pública se ha extendido por múltiples rincones de la República Mexicana, pero sigue estando marcada por una profunda desigualdad, sobre todo en las pequeñas localidades habitadas por población indígena y afrodescendiente, como es el caso de la comunidad aquí enunciada. Llama la atención que para muchos jóvenes la escuela es importante como presente pero no necesariamente a futuro, pues consideran que mucha gente que estudia: -No tiene trabajo, gana mal, o acaba migrando. En este sentido, existen familias que prefieren que sus hijas e hijos migren o

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Socialidad (paréntesis)

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández ¿Qué es la socialidad? ¿En qué se diferencia de la sociabilidad? ¿Se opone a la socialización? ¿sólo sucede en la escuela? Estas preguntas son pertinentes para ofrecer una buena orientación sobre el término socialidad, así como su capacidad explicativa cuando observamos el fenómeno de las juventudes. En ese sentido, esta entrega es un paréntesis antes de continuar con el recorrido sobre los territorios habitados en el dispositivo escolar, pues la socialidad es central para comprender las maneras de habitar los intersticios. Así pues, la socialidad define el estar juntos como un proceso de intercambio de saberes realizado de manera horizontal, así como la aceptación, por parte del colectivo que ha compartido saberes, de reglas para estar y mantenerse juntos. Cuando digo reglas estoy pensando en la distinción que hace Jean Baudrillard para comprender el funcionamiento del juego: en el juego no hay ley, hay reglas que le dan sentido al juego, no seguirlas por parte de los jugadores significa acabar con el juego. De esta manera, la socialidad, como proceso horizontal, precisa de la sociabilidad de los sujetos, pero va mucho más allá, si entendemos por sociabilidad la cualidad de ser sociable y si asumimos la doxa del ser sociable como aquel que logra sociabilizar fácilmente con los demás. No es el caso de la socialidad, pues si bien exige que los pares sean sociables entre sí, la relación en el estar juntos pasa por compartir sus saberes a través de los cuales formulan reglas en sentido ético, estético y lingüístico. Es decir, producen sus propios valores, los cuales, muchas veces, pero no necesariamente, se oponen a los valores generales que busca transmitir el dispositivo escolar, aquellos a través de los cuales produce sujetos cívica y técnicamente dotados. Ahora bien, la socialidad no sólo sucede entre jóvenes y en la escuela. Es un proceso, como explica Michel Maffesoli, autor de donde tomamos el término, resultado de la viscosidad del estar juntos, de la cotidianidad del estar juntos y experimentar la vida estando juntos. Pero la escuela es un espacio donde, debido a cómo se habitan los espacios a través de disputas, la socialidad se expresa claramente según su relación con el proceso de socialización. La socialización es el proceso de formación de sujetos dotados de habilidades cívicas y técnicas, insisto, la socialización promueve al buen ciudadano trabajador a través de ejercicios de poder verticales, de arriba hacia abajo. La socialización es la imposición de arbitrarios culturales, es el ejercicio de la violencia simbólica teorizada por Pierre Bourdieu, pero no es una violencia tácita. Es la producción de un habitus, para seguir con Bourdieu. En ese sentido, es la interiorización de las estructuras sociales que orientarán las prácticas sociales del sujeto. Como violencia, y esto siempre se presta a equívocos, es impositiva, pero sin su ejercicio no hay socialización, es decir, subjetivación, dicho de otro modo, sujeto. La socialización se logra a través del trabajo de diversos dispositivos (familia, escuela, iglesia, trabajos, etcétera) y no siempre están en consonancia, por ello, el dispositivo escolar, sobre todo cuando se masifica, se opone a los procesos de socialización familiares, para implantar los valores generales. Por su parte, la socialidad es horizontal y sucede al momento de estar juntos y compartir saberes que no son apreciados por el dispositivo escolar y tampoco por otros dispositivos, pero logran compartirse en ese estar juntos. Así pues, la calle también es un territorio donde la socialidad permita la coagulación de agregaciones juveniles, donde se pueden encontrar también los jóvenes estudiantes.

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Habitar los intersticios

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández La oposición más tangible al interior del dispositivo escolar, que no la única, es entre adultos y estudiantes. Para lo que aquí interesa, nos centraremos en los jóvenes estudiantes, asumiendo que la relación entre adultos y niños estudiantes tiene una especificidad cuya complejidad exige análisis precisos para los cuales no tengo argumentos más o menos acabados, pues no es mi área de interés. Sin embargo, los principios de funcionamiento del dispositivo escolar están presentes en las escuelas para párvulos y elementales. Dicho esto, entonces es claro que las disputas entre adultos y jóvenes estudiantes tiene su propia naturaleza. En principio, podemos decir que la escolarización masiva es la precursora del fenómeno de la juventud. Ya he hablado antes de la necesidad de pluralizar el término, sin embargo, aquí se singulariza por la relación escolar en la definición jóvenes estudiantes. De alguna manera, la juventud es una aparición no calculada, no esperada, por la operación del dispositivo escolar a escala masiva. La escuela produjo las primeras experiencias juveniles. La escuela posibilitó la experiencia juvenil porque es un territorio habitado que busca imponer las formas en que los jóvenes estudiantes deben habitar su propio cuerpo, el otro territorio en disputa. Así, los adultos disputan con los jóvenes su propio cuerpo porque buscan disciplinarlo para formar un sujeto con habilidades cívicas y técnicas. Esto es, un ciudadano cercano al modelo más límpido, capaz de desenvolverse en la sociedad éticamente, al comprender y asumir las leyes que le ofrecen ciudadanía, pertenencia al cuerpo político e identidad dentro de dicho cuerpo. Además, para ser buen ciudadano, debe ser buen trabajador, capaz de aprender lo necesario para desempeñar el trabajo que sus habilidades le permitan. El enroque entre el desarrollo de habilidades cívicas y técnicas resulta en la formación de un sujeto debilitado para la resistencia política, es decir, se trata del ciudadano modélico que acepta las reglas del juego y juega en él sólo bajo las reglas impuestas sin tentaciones de cambio social. Se trata del cuerpo dócil del que habla Michel Foucault en Vigilar y castigar.  Pero los sujetos nunca están totalmente maniatados, sino que transitan las relaciones de poder según las posibilidades de tensionarlas hasta cierta horizontalidad. Esto se logra, por parte de los jóvenes, ignorando, eludiendo o fingiendo actitudes frente a las reglas. Es decir, los jóvenes territorializan el espacio escolar y su propio cuerpo habitando y creando intersticios. Encuentran el punto ciego, se van detrás de los edificios, logran abrir los espacios negados o se niegan a llevar el cabello corto o el uniforme, lo modifican levemente o usan una camisa más floja o la falda más corta, subiéndola unos centímetros y lista para deslizarla hacia abajo cuando la mirada inquisidora las pone en foco. La forma en que los jóvenes habitan y crea los intersticios promueve conflictos con los adultos, quienes buscan resanar las grietas, tapar los hoyos, iluminar los rincones, sancionar las modificaciones al uniforme, prohibir el maquillaje, humillar al reincidente como ejemplo y un repertorio que responde a la creatividad juvenil. Pero los jóvenes estudiantes, al estar juntos, han creado procesos de enseñanza-aprendizaje de saberes soterrados propios que se transmiten de manera horizontal: la socialidad.

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El Territorio Escolar

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Como se observó en la anterior entrega, podemos identificar dos territorios que forman parte de la trama que teje al dispositivo escolar: el espacio físico y el cuerpo. La escuela, en sentido lato, tiene evidencia en el inmueble habitado por los cuerpos dispuestos según las funciones cumplidas en su interior. Pero no es necesario el inmueble con un enorme letrero donde avise su vocación, ahí donde los cuerpos estén dispuestos según nociones pedagógicas, mandatos estatales y se busque formar a los sujetos cívica y técnicamente, habrá escuela y, así mismo, el espacio ocupado le dará consistencia práctica. Con esto quiero decir que la noción de escuela, escolaridad, escolarización y todo aquello que busque mensurar su densidad en términos demográficos son líneas o series que conforman al dispositivo escolar. Sin embargo, en este recorrido, me interesa centrarme en la manera en que se habitan los territorios y cómo esto fomenta experiencias subjetivas y sociales distintas, observando cómo los territorios y sus relaciones configuran las problemáticas más interesantes para analizar en el complejo tejido del dispositivo escolar. El espacio físico de la escuela se habita según la función, creo que esto está claro. En cuanto al cuerpo, la función también es trascendental para ubicar a los sujetos dentro de la escuela. Esto significa que la función cuadricula los territorios para consolidar una especie de mapa desde donde se configuran los movimientos de los cuerpos. Hay espacios cerrados para unos, hay sujetos que tienen casi todos los espacios abiertos, hay espacios que se pueden circular libremente sólo durante algunos momentos, hay sujetos que circulan por todo el espacio con la función vigilante y hay vigilancia constante. Por ejemplo, los baños se habitan según género y edad, pero hay sujetos que pueden irrumpir en ellos para cumplir su función de vigilancia. Cabe destacar que la función de vigilancia no sólo busca mantener la disciplina, sino también proteger a los sujetos bajo supervisión. En un modelo idílico del espacio escolar, cada rincón de la escuela estaría iluminado, evitando escondrijos donde podría ocultarse a la benévola y vigilante mirada de los supervisores. Sin embargo, como sucede con todo espacio físico, siempre existirán lugares donde la mirada vigilante no pueda penetrar. Se estará alerta sobre la posibilidad de que sean habitados y se desalojarán cuando se habiten. Y como en todo espacio social, siempre será posible crear lugares para evitar la mirada vigilante. Retomando a Frederic Thrasher, se entiende por estos espacios como intersticios: grietas, recovecos, esquinas oscuras, rincones escondidos, lugares ensombrecidos a determinadas horas, la mirada del profesor sobre el pizarrón, el libro o la lista de asistencia. Cada espacio fuera de la acción panóptica devendrá en un territorio dentro de la escuela para ser habitado y ahí se pondrán en suspenso las lecciones, las reglas, las miradas reprobatorias y la verticalidad del poder de socialización ejercido por los sujetos al mando. Las relaciones en estos territorios se expresan con la dureza de la relación de poder vertical entre profesores y estudiantes, entre directivos y estudiantes, personal administrativo y estudiantes, personal policial y estudiantes. Cada relación implica distintas formas de gestionarse, pero la constante es una relación de poder vertical entre adultos y niños o jóvenes. Así, la posibilidad de los estudiantes (niños o jóvenes) para habitar los intersticios del territorio escolar, implica siempre una disputa con los adultos.

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Territorios habitados

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández El dispositivo escolar se compone de varias series de tramas que se entrelazan para darle forma. Series de prácticas, series de relaciones, series de nociones, diversas series, entendiendo por serie el conjunto de prácticas, relaciones, nociones, etcétera, que se suceden unas a otras, trenzadas entre sí. Entre esas series, los territorios son producidos según prácticas, relaciones entre los sujetos, nociones sobre la educación y la formación de los sujetos, etcétera. En ese sentido, para comprender cómo el tramado tejido por las diversas series, que dan forma al dispositivo escolar, produce los territorios donde los sujetos experimentan los efectos del funcionamiento del dispositivo, es necesario analizar dichas series. Pensando, como lo hizo Gilles Deleuze, que el dispositivo es una madeja compuesta por líneas, es posible comprender mejor la idea de serie y la manera en que cada serie se relaciona en sí misma y con las otras para formar un tapiz inteligible. Así, y no sólo para el dispositivo escolar, las series emergen con claridad cuando se definen sus elementos, se identifican sus límites, es decir, que línea o serie pasa por debajo, por arriba o entre, viaja de manera horizontal, vertical o transversal, según acontecen relaciones específicas, momentáneas, normalizadoras o generales. De esta manera, cada línea o serie tiene sus propias reglas y herramientas para regularse con el fin de cumplir su función con relación a las distintas series que dibujan los contornos del dispositivo. Los territorios son series de prácticas, relaciones y nociones (por mencionar unas pocas series o líneas) con los cuales se establecen los espacios, sus disposiciones, las necesidades de luminosidad, o dicho al contrario, el afán por evitar las oscuridades que permitan escondrijos y la producción de espacios sin vigilancia. Recuérdese que el espacio escuela tiene relación arquitectónica con la cárcel y el taller según un principio panóptico. El espacio físico es el primer territorio donde se expresan funciones pedagógicas, anatomopolíticas, disciplinarias, de vigilancia y relación entre los cuerpos. Los cuerpos encarnan el segundo territorio. Los cuerpos habitan el espacio y los sujetos los cuerpos y dependiendo de la posición de los sujetos los cuerpos estarán dispuestos en el espacio. Al frente el maestro, profesor, docente, coordinador, guía o como se le quiera llamar según las nociones pedagógicas imperantes. No importa, este sujeto siempre estará en una posición de poder donde el poder se ejerce verticalmente, ya sea cordial o autoritario, su ejercicio es vertical. Otros sujetos estarán deambulando para evitar que se habiten las sombras, pero dejándose ver, pues la capacidad para ejercer su poder de vigilancia está en dejar sentir su presencia. Otros, los menos, estarán a la sombra, tras los escritorios y los reglamentos, vigilando a todos los sujetos: vigilantes y profesores (según sus variantes modélicas). La mayoría de los sujetos, los alumnos, estudiantes, educandos o como sea que se les llame según el modelo pedagógico, están dispuestos de manera que la mirada sea constante y se aprecie, sin remilgos, su capacidad para estar quietos, a fin de no enturbiar el proceso de enseñanza-aprendizajes. El nivel de quietud estará definido por las teorías pedagógicas activas en ese momento. Se evalúa, también, que estén atentos y, sobre todo, que sean obedientes a las indicaciones de sus maestros. Tenemos así dos series de territorios que se habitan de maneras distintas según la relación pedagógica y de trabajo: cuerpo y espacio físico.

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