La mirada directa por parte del psicoanálisis a los niños de 1940 – 1960

Hugo Arce

“Me dirijo a ustedes desde la sala del Consejo de Ministros, en el 10 de Downing Street. Esta mañana, el embajador británico en Berlín le entregó al Gobierno alemán una nota final, manifestando que, a menos que para las once horas recibamos respuesta diciéndonos que están preparando el inmediato retiro de sus tropas de Polonia, existirá el estado de guerra entre nosotros. Debo decirles ahora que tal compromiso no ha sido recibido y en consecuencia este país está en guerra con Alemania. Ustedes pueden imaginar lo duro que este golpe es para mí, ahora que mi largo empeño por lograr la paz ha fracasado…”

Así comenzaba la declaración de guerra que el primer ministro Neville Chamberlain que se transmitió por radio la mañana del tres de septiembre de 1939. Un anuncio que trajo preocupación aunque difícilmente sorpresa para ningún británico, tal como contaba Norman Longmate, un historiador que tuvo el privilegio no muy frecuente en su profesión de vivir aquellos acontecimientos a los que más adelante dedicaría su obra How We Lived Then: a History of Everyday Life during the Second World War, que nunca ha llegado a ser traducida al castellano aunque merece nuestra atención.

Habituados a un enfoque de los acontecimientos históricos en el que priman las batallas y los grandes líderes, a veces se echa en falta también conocer de cerca la vida cotidiana de los ciudadanos anónimos en la retaguardia, al

fin y al cabo en torno al noventa por ciento de la población británica fue civil durante toda o gran parte de la guerra. Su manera de percibir el conflicto en que estaba inmerso el mundo fue la más frecuente, así que en ella nos centraremos.

Decíamos que la declaración del primer ministro no sorprendió, dado que desde marzo del aquel año, con la ocupación alemana de Checoslovaquia, la pregunta que flotaba en el ambiente ya no era si llegaría a estallar la guerra, sino cuándo. Las noticias de la prensa y radio, las instrucciones a la población civil difundidas por las autoridades, los ensayos militares y de evacuación durante los meses

siguientes, crearon una conciencia sobre la inevitabilidad de la guerra que llevó a muchos a aprovechar las vacaciones del verano ante la sospecha de que serían las últimas en mucho tiempo. Por si no fuera bastante, el 1 de agosto el Gobierno anunció su intención de racionar el combustible en cualquier momento, así que había que viajar a donde fuera mientras aún fuera posible… hasta que el anuncio del pacto Ribbentrop-Mólotov aguó toda intención ociosa. Formalmente firmado el 23 de agosto, se dio a conocer en realidad un par de días antes y era la señal de que, ahora sí, la guerra estaba a punto de comenzar.

Aquellos que estaban fuera regresaron apresuradamente a sus localidades, desde donde poder enviar telegramas a amigos y familiares y seguir atentamente los boletines de la radio.

El día 24 el parlamento aprobó la Emergency Powers (Defence) Act 1939, una batería de medidas que dotaba al Gobierno de poderes excepcionales, establecía normas en torno al racionamiento, respuesta a ataques aéreos y mantenimiento de orden público que incluía las detenciones sin juicio y la pena de muerte ante ciertas infracciones. Fue aprobada inicialmente por un año de duración, aunque finalmente se prolongaría durante toda la guerra e influiría de forma excepcional en la vida de cada súbdito inglés.

Ese mismo día todos los profesores de escuelas del país fueron movilizados para participar en la evacuación de los niños de las grandes ciudades y desde el día siguiente la programación radiofónica sufrió una drástica reestructuración para mantener a la población informada. El 31 se llamó a filas a todos los reservistas y solamente un día después, el 1 de septiembre, el mundo entero se estremeció ante la noticia tanto tiempo esperada: Alemania había iniciado la invasión de Polonia. Una mujer que menciona Longmate dijo que ese día fue al cine y vio llorar al público cuando se informó de ello en el noticiero previo a la película. Fue el tema que centró las conversaciones a lo largo y ancho del país, que sintió ese momento como el verdadero inicio de la guerra pese a que aún no hubiera una declaración oficial.

Ese mismo día las calles se llenaron de carteles anunciando el estado de emergencia y dio comienzo la evacuación de los niños en las principales ciudades, con trenes y autobuses desbordados. 

Una movilización general entorpecida por la primera noche que se aplicó un apagón generalizado con el fin de evitar posibles ataques aéreos, costumbre que llegaría a arraigarse en el modo de vida inglés durante mucho tiempo después. Fue también el día en que los apenas veinte mil televisores con los que contaba por entonces Gran Bretaña dieron su última emisión, concretamente con dibujos de Mickey Mouse. No volvieron a recibir una señal hasta 1946.

Por ello, cuando el domingo día 3 a las once y cuarto de la mañana Chamberlain inició su discurso radiado, todos los oyentes fueron conscientes del momento trascendental que estaban viviendo. La memoria de la Primera Guerra Mundial aún estaba fresca pero esta prometía ser aún más terrible. Apenas habían pasado ocho minutos desde el discurso cuando comenzaron a sonar las sirenas antiaéreas en Londres, seguidas poco después por otras en el resto de las grandes ciudades británicas. Era una señal para la que la población ya estaba adiestrada a responder corriendo a los refugios y poniéndose las máscaras antigás. Aunque según ciertos testimonios algunos se quedaron paralizados por el miedo ante un bombardeo que finalmente no se produjo.

Desde ese momento la radio suministró de forma constante toda clase de instrucciones que, al margen de la utilidad real que pudieran tener, proporcionaron seguridad psicológica a los oyentes. Se estaban enfrentando a algo desconocido, pero recibir órdenes paso a paso les hacía percibir que la situación estaba bajo control, que todo el mundo estaba siendo movilizado de acuerdo a un plan racional dictado por el Gobierno y solo había que seguirlo para estar a salvo. Longmate recoge numerosos testimonios de como ese día, apenas unas horas después del anuncio, surgió un espíritu de hermanamiento entre todos los habitantes del país. Como contaba una mujer de Kent «íbamos a las casas de los vecinos, hablábamos a los extraños en el autobús o en las tiendas», y otro residente en Chelsea «vi a vecinos que jamás habían intercambiado una palabra charlar animadamente, todo el mundo, reuniéndose en pequeños grupos para hablar de lo ocurrido esa mañana».

Edward Glover comenta: El examen atento de los descubrimientos psicológicos con respecto al hombre con respecto a las mujeres demuestra que son esencialmente otros tantos motivos de queja que el varón tiene contra el sexo femenino. No hay duda, por otra parte, de quemando los novelistas varones partan de la caricatura e intentan descripciones más ambiciosas del carácter femenino, generalmente obtienen resultados lamentables. Lo cual demuestra que, si bien la mujer puede no ser un enigma para sí misma, es difícil que el hombre la comprenda. Y dado que tanto en la guerra como en la paz los hombres dirigen el país, es considerable el + riesgo de que el punto de vista y las necesidades de las mujeres sean descuidados o aun ignorados.

Ahora bien, es inútil sostener que la oral depende de la promoción del espíritu de solidaridad de las diferentes secciones de la comunidad, para ignorar luego las dos grandes clases que constituyen la especie.

Una vez que las mujeres están desmoralizadas, el fin está próximo. La mayoría de los hombres y -aunque parezca extraño- casi toda las mujeres, ignoran este hecho. Hay una conspiración del silencio con respecto a las diferencias sexuales. Sea cual fuere la razón de esta conspiración (la cual relaciona indudablemente con las más profundas raíces de rivalidad y de los celos entre los sexos) aún nos negamos a ver el hecho de que las mujeres son siempre y distintas de los hombres.

Escrito por Hugo Arce.

Miembro de école lacanienne de psychanalyse.

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