Por Ángela Rivera Martínez
La industria de la moda en los últimos años nos ha invitado a reflexionar desde otros ángulos sobre las representaciones corporales contemporáneas. Si bien el ámbito de la moda ha sido reconocido por su impronta “normativa” respecto de los cuerpos, de un tiempo a esta parte también ha cumplido otro rol: cuestionar los estereotipos tradicionales de la belleza, ciertamente, dentro de sus propios términos.
En este artículo compartiré parte de mi experiencia como antropóloga trabajando con modelos que son parte de la industria mexicana de la moda y cuáles pueden ser sus aportes a los debates sobre la diversidad, en clave corporal, y por qué es importante pensar en el asidero que estos temas debieran tener en el contexto educativo y en el trabajo con jóvenes.
Al ser la antropología una disciplina que se aproxima a los diversos espacios y territorios por medio de la experiencia de quien investiga -además del andamiaje teórico con el que contamos-, la aproximación que tuve hacia la industria de la moda partió desde la observación más “periférica” hasta adentrarme, por medio de entrevistas, en las prácticas corporales que implicaba “ser modelo” en la industria en Ciudad de México.
Por medio de las voces de diversos modelos, complementado por mi propia experiencia, tuve una serie de aproximaciones hacia este trabajo, muchas veces visto como algo “superficial”.
Uno de los hallazgos más importantes para mí, fue darme cuenta de la serie de aprendizajes y habilidades con las que se debían contar para este trabajo. Desde afuera, solemos ser consumidoras de un “producto acabado”, es decir, un espectacular en medio de la calle, una publicidad en un aparador de una tienda departamental, la portada de una revisa, o en determinados casos, la caminata ritual de una pasarela en casos más documentados.
De tal modo que ignoramos la serie de procesos que han ocurrido tras estas imágenes, que bien podemos considerar como imágenes culturales, es decir, productoras de sentidos y representaciones, disputadas en el cotidiano por cada una y uno de nosotros.
Un aspecto que me pareció crucial para el propósito de este texto, es mencionar que así como vemos productos acabados dentro de la lógica del consumo, la trastienda del modelaje también resulta un espacio completamente desconocido. Al ser una profesión que en reiteradas ocasiones es pensada más bien como un “pasatiempo” o un trabajo temporal, desconocemos que, justamente, esos imaginarios sociales colaboran en velar una serie de irregularidades que ocurren tras este aparentemente glamouroso quehacer.
La experiencia de las y los jóvenes modelos con los que tuve oportunidad de platicar, dieron cuenta de distintos tipos de maltratos y vejaciones sufridas al interior de la industria; los más sencillos refieren a la falta de pagos y condiciones de precariedad en la que se desarrollan sus labores, hasta la narración de situaciones más complejas referidas, específicamente, a la alimentación y los límites corporales, en clave laboral, situaciones que retomaré en párrafos posteriores.
Los últimos años, la industria de la moda en México se ha plegado a los diferentes intentos internacionales por diversificar los tipos de belleza que presenta hacia el público consumidor. Si bien, muchos de estos esfuerzos obedecen más bien a decisiones globales, la industria local ha empleado sus propias estrategias con la finalidad de saldar una suerte de deuda con la población mexicana.
Una de las formas que se encontró a nivel de mercado y marketing fue incorporar modelos cuyas características refirieran de una manera más directa a la población en México, esto implicó la creación de perfiles comerciales que aludían a lo que hoy se conoce como “belleza mexicana”. Este perfil comercial tiene la particularidad de abrir los cánones tradicionales hacia algo que resulta, incluso, increíble que no haya ocurrido antes: reclutar modelos de pieles morenas. Sin embargo, la altura y delgadez, siguen siendo parámetros transversales que pocas veces se disputan.
Varios de los modelos con los que pude conversar, fueron “agenciados” (jerga de la industria para expresar la contratación por parte de una agencia formal) luego de esta apertura de cánones, que obedece tanto a la petición de clientes, marcas y demanda internacional de los perfiles con los que se trabajaba en la industria Mexicana.
Lo interesante de este aspecto es que en los relatos de los modelos abundan los matices respecto de esta diversificación; transitan desde la valoración de este cambio, de la importancia de ampliar los marcos de representación, de la realización de un sueño imposible, hasta una fuerte crítica sobre la comercialización y mercantilización de ciertas identidades y características corporales. Algunos y algunas de ellas destacaban la importancia de ser parte de esta transformación representacional a nivel social, pero criticaban fuertemente qué, en reiteradas ocasiones, eran instrumentalizados por una industria que, constantemente, busca más estrategias de comercialización que una inclusión “real”.
Sin embargo, el revés de esta crítica puede mantiene un diálogo tácito con la población y, en específico, con las juventudes y las corporalidades. El territorio estético y corporal ha sido históricamente un espacio de disputa para las juventudes; un territorio en donde circulan significados, se construyen y deconstruyen antiguas u obsoletas formas y se replantean las normas.
Tal como señala la antropóloga Maritza Urteaga, lo estético para las juventudes no implica sólo la vestimenta o la dimensión expresiva que puede tener un tipo de vestuario o elección de ropa, sino que para las juventudes y, en general, las comunidades, lo estético llama ser comprendido como el experimentar y sentir en común.
A partir de esta noción es que se destaca la importancia que tiene la moda y la dimensión estética para las juventudes. Ahora bien, no solo la moda y la fractura de representaciones normativas ha tenido importancia en la relación que mantienen las juventudes con las corporalidades. Los últimos años se ha sumado una pieza clave: las redes sociales, también ubicadas como territorios de disputas que han articulado una serie de inquietudes referidas al plano de lo estético, incorporando en sí una noción más amplia de la corporalidad.
La diversidad, en clave corporal y sexo-genérica ha tenido importantes cambios representacionales en simultáneo a las aperturas a nivel comercial comentadas previamente. Todos estos procesos se encuentran articulados y refieren a la co-creación de valores y reformulación de narrativas para las y los jóvenes.
Así como las redes sociales, la moda y el consumo y otro sin número de espacios sociales son productores de representaciones, imágenes culturales y, a fin de cuenta, procesos de subjetividad, es cuando reparar en uno de los principales dispositivos que modela las experiencias vitales de las y los jóvenes, se vuelve necesario. La Escuela y el espacio educativo, como uno de los principales productores de formas de vida, de modos de ser, de valores, de “lo aceptable y lo no aceptable”, debiera tener en consideración todas estas transformaciones.
Más allá del deber, a lo que me refiero con este señalamiento es que, situando la importancia histórica que el dispositivo escolar ha representado para la reproducción de formas de ser normativas, sería de importancia la apertura al diálogo desde los espacios educativos hacia la visualización de estos cambios y transformaciones. Así como en las ciencias sociales este tipo de problemáticas fueron replegadas a las categorías de lo frívolo y lo superficial, a lo que carece de importancia, los últimos tiempos diversas investigadoras y académicos expertos en estos temas han trabajado por situarlos como dimensiones de lo social que deben ser atendidas.
De acuerdo con estos tránsitos, es posible visualizar que el mismo proceso de densificación debiera verse en el plano educacional, dada la importancia y las sustantivas contribuciones que pudiera tener la apertura a la discusión sobre la dimensión estética y corporal en el trabajo con juventudes.
Nos encontramos en sociedades profundamente vinculadas a la cultura de las dietas, al deseo idílico de la mantención de la juventud como un conjunto de valores físicos, y a una normatividad corporal que, más allá de las exploraciones y expansiones propuestas por la industria de la moda, las redes sociales y los medios de comunicación, sigue teniendo profunda vigencia.
De este modo, la apertura a la discusión en los contextos educativos sobre las corporalidades, sobre la diversidad en toda clave de lectura (estética, sexo-genérica) y sobre las exploraciones estéticas experimentadas, en particular, por las juventudes, puede generar importantes espacios para otras formas posibles de ser jóvenes, aproximándose a una diversidad que pueda ser experimentada, más que como una característica comercial o un mercado estético, como un valor que pueda ser corporizado y experimentado en conjunto con otros y otras afines.