La importancia de la acción política ante la crisis paradigmática global. ¿esperanza democrática o tragedia? En el presente pareciera que la denominación de “la política” se ha vulgarizado hasta ser muestra evidente de la crisis paradigmática que nos embarga. El fenómeno posiblemente nos remita a una inminente revolución científica que se exige y que posiblemente viviremos a futuro, como bien lo definió Thomas Kuhn (1962) en la segunda parte del siglo XX, cuando describió que las ciencias dominantes comenzaron a resentir los estragos de la complejidad que tanto caracteriza a nuestra realidad, debido a que, tras el espejismo que construyó el paradigma científico desde la modernidad (S. XVI- XVIII) hasta el siglo presente, los problemas transcendentales que ha vivido la humanidad nunca se han resuelto, sino que, por el contrario, se han agudizado en todos los ámbitos: políticos, económicos, científicos y hasta religiosos. La coyuntura actual nos ha permitido observar que la tensión global pareciera arrastrarse desde la crisis económica desatada en 2008, y que ha impactado en terrenos políticos y sociales hasta el presente, dando como resultado la presencia de grandes brechas de desigualdad y de pobreza que ya no sólo se presentan en los países subdesarrollados —como dirían bien los teóricos del desarrollismo— sino en las potencias mundiales defensoras de las democracias liberales (Piketty, 2014). Esto sumado a la aparición de la variable emergente que ninguna ciencia logró advertir ni prevenir, como ha sido la pandemia ocasionada por el COVID 19 desde hace más de un año. En contraste, pese a la emergencia sanitaria que ha llevado a muchos países a obligar el confinamiento en distintos niveles como: Argentina, Colombia, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana, hasta algunos casos de manera radical como: Reino Unido, Italia, Alemania, Grecia, Francia, entre otros (CNN, 2021). No ha sido un impedimento para que la actividad de la sociedad civil se presente en el espacio público, pues como lo consideró Hannah Arendt: es y ha sido fundamental para la trasformación democrática del status quo de la política desde la década de los 60s del siglo XX (Jiménez Díaz, 2013). El ejemplo es claro si miramos a las sociedades en pleno activismo político en España, Italia, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, México, Chile, Perú, Colombia, Brasil, por citar algunos casos, ya que pese a las diversas variaciones de las protestas ciudadanas, el caso de Perú, Chile y Colombia, han dado muestra de que aún ante la problemática coyuntural la sociedad sigue siendo crucial para la defensa de la democracia. Los dos primeros países han dado un vuelco a sus políticas predominantes; desplazando los radicalismos de las extremas derechas, o como en el caso colombiano: con el hartazgo de casi dos décadas de gobiernos criminales —desde Uribe a Duque—, siendo los principales responsables de la desigualdad, y del abuso del poder que se evidenció después de las reformas fiscales impuestas en 2021, las cuales, fueron revertidas por la propia sociedad colombiana tras escenarios trágicos que dejaron como resultado muertos y desaparecido. Y es tras este panorama donde podemos reflexionar que el terreno democrático se ha ganado a pulso y con el sacrificio de la vida misma del ser humano desde tiempos inmemorables. El debate ha llevado a teorizar o especular sobre el futuro político de la humanidad a filósofos como el marxista Slavoj Žižek y el culturalista Byung-Chul Han (Reyes y Casco, 2020), quienes se han centrado en mirar si el sentido comunitario surge como respuesta ante el fenómeno actual, o si la defensa de la libertad humana será el motor de los campos de batalla del futuro político. Lo cierto es que la incertidumbre predomina. El pensamiento político nos puede ayudar a comprender dichos fenómenos, tal vez de manera especializada; técnica, instrumental y hasta racionalista, como lo ha intentado hacer la propia ciencia política desde el siglo XX cuando Giovanni Sartori (1996) la fundó con un método y una lógica para distinguirla de las otras ciencias sociales, ya que al paso del recorrido de la historia humana y principalmente el de la historia de las ideas políticas —tanto de la filosofía, teoría y ciencia—, nos ha ayudado a comprender el mundo y las tensiones de la propia realidad humana. Sin embargo, ¿hasta qué punto la misma ciencia debe normalizarse para generar un pensamiento crítico y reflexivo de manera general en la sociedad civil?, ¿es acaso necesario reformar al sistema educativo de países como el nuestro para rescatar a la filosofía, a la ética, al civismo, etc., sin adoctrinamientos impulsados por proyectos nacionalistas disfrazados de soberanistas?, ¿seguiremos mirando la imposición de los modelos económicos fracasados impuestos en la sociedad civil?; es decir, aquellos que exigen que la educación sea técnica, industrial, comercial o económicamente productiva. Aquellas exigencias radicales del mundo moderno y posmoderno que lo único que han evidenciado son los intereses de las oligarquías y las élites dominantes en todas las escalas. Es lamentable mirar que la ciencia en general jamás ha sido pública o abierta. Desde la antigüedad se sabía que el conocimiento y la sabiduría han sido exclusivos para grupos selectos y hasta herméticos. La complejidad de las sociedades heterogéneas que ha construido la democracia en el presente, requiere una comprensión más vasta en donde se pueda insertar valores democráticos vitales para evitar escenarios trágicos que pueden desencadenarse por el endurecimiento de los Estados y los radicalismos de las políticas que tanto han alarmado desde la presencia de la pandemia. El presente devela la inminente polarización que ha tenido el distanciamiento o la desconexión del ejercicio político, fenómeno que puede traducirse en lo que el historiador francés Pierre Rosanvallon (2010) señaló como la crisis de la legitimidad democrática. Esto sin hacer a un lado los destellos de la acción ciudadana en los países antes señalados que, en los mismos términos del académico francés tienen la denominación de actos contrademocráticos (2006). No cabe duda que el pensamiento de la propia sociedad civil se construye desde abajo; es decir, desde los estratos inferiores para hacer frente con la democracia a las formas de