El otro lado del dispositivo

Esta columna es la punta de lanza para inaugurar la sección Juventudes en Alternativa: Educación

En ese sentido, en esta primera entrega presentaré los principios epistémicos sobre el enfoque desde el cual pluralizamos la categoría juventud. Se trata de un enfoque sociocultural desde el cual se observa, analiza y reflexiona sobre lo que para muchos se trata sólo de una etapa. Desde ahí sucede la movilización de la perspectiva: la juventud no es una etapa o estadio de la existencia humana, no es futuro, es presente y, en ese sentido, la juventud no es parte de un proceso de maduración de los sujetos, sino una situación ontológica producto de las dinámicas sociales. Por ello, el marcador de juventud no es solamente la edad.

¿Qué es, entonces, la juventud? Las sociedades se complejizan por múltiples vías y en el proceso civilizatorio la responsabilidad respecto a los más débiles se convierte en asunto colectivo, para ello se crean instituciones con funciones específicas de cuidado, formación y habilitación de los sujetos para que éstos, además de prosperar, se conviertan en agentes productivos, tanto económica como culturalmente. Parte fundamental de estas instituciones, que podemos comprender como dispositivos (desde las aportaciones de Michel Foucault), se escinden de los núcleos familiares y comunitarios para promover formatos más o menos generales que permitan educar-formar cívica y técnicamente a los sujetos. 

El dispositivo escolar es el más acabado y exitoso, lo cual se demuestra a través de su longevidad y poca variabilidad desde que se impuso a través de la implementación de sistemas de educación pública masiva. Esto significó la integración de territorios ocupados por sujetos cuya característica común era la edad. El territorio suponía una geografía capaz de facilitar la socialización de los niños y jóvenes (formación cívica y técnica muchas veces divergente al proceso de socialización familiar y comunitaria), sin embargo, hubo un resultado no esperado: la juventud.

La posibilidad de compartir espacio, habitarlo, reconstruirlo, transgredir reglas y fronteras, permitió relaciones entre pares que, desde un principio, forjó relaciones de socialidad, es decir, relaciones entre pares a contracorriente de las relaciones verticales de socialización. La socialidad puede comprenderse como el motor de la juventud en la medida que los pares se relaciones en términos horizontales compartiendo, produciendo y oponiendo saberes propios, forjados entre los intersticios entre los procesos de socialización parentales, comunitarios y escolares. La importancia de la escuela como territorio habitado para la aparición de la juventud como fenómeno social es fundamental debido a que ahí el encuentro cotidiano permite experiencias definida bajo los términos de los jóvenes y no bajo la orientación y vigilancia de los adultos.

Ahora bien ¿Por qué pluralizar la juventud? El espacio aquí no permitirá desarrollar del todo esta idea, que se desplegará en próximas entregas. Valga decir que, si bien la escuela es territorio de encuentro entre sujetos de la misma edad que ponen en tensión la socialización y la socialidad, las articulaciones entre género, racialización, etnización, clase y la misma edad, entre otros factores, implican que no existe una sola forma de ser joven, de observar y comprender a la juventud, pues la diversidad social y humana se reproducen en las muchas formas de ser joven.

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