El Territorio Escolar

Por Hugo César Moreno Hernández

Como se observó en la anterior entrega, podemos identificar dos territorios que forman parte de la trama que teje al dispositivo escolar: el espacio físico y el cuerpo. La escuela, en sentido lato, tiene evidencia en el inmueble habitado por los cuerpos dispuestos según las funciones cumplidas en su interior. Pero no es necesario el inmueble con un enorme letrero donde avise su vocación, ahí donde los cuerpos estén dispuestos según nociones pedagógicas, mandatos estatales y se busque formar a los sujetos cívica y técnicamente, habrá escuela y, así mismo, el espacio ocupado le dará consistencia práctica.

Con esto quiero decir que la noción de escuela, escolaridad, escolarización y todo aquello que busque mensurar su densidad en términos demográficos son líneas o series que conforman al dispositivo escolar. Sin embargo, en este recorrido, me interesa centrarme en la manera en que se habitan los territorios y cómo esto fomenta experiencias subjetivas y sociales distintas, observando cómo los territorios y sus relaciones configuran las problemáticas más interesantes para analizar en el complejo tejido del dispositivo escolar.

El espacio físico de la escuela se habita según la función, creo que esto está claro. En cuanto al cuerpo, la función también es trascendental para ubicar a los sujetos dentro de la escuela. Esto significa que la función cuadricula los territorios para consolidar una especie de mapa desde donde se configuran los movimientos de los cuerpos. Hay espacios cerrados para unos, hay sujetos que tienen casi todos los espacios abiertos, hay espacios que se pueden circular libremente sólo durante algunos momentos, hay sujetos que circulan por todo el espacio con la función vigilante y hay vigilancia constante.

Por ejemplo, los baños se habitan según género y edad, pero hay sujetos que pueden irrumpir en ellos para cumplir su función de vigilancia. Cabe destacar que la función de vigilancia no sólo busca mantener la disciplina, sino también proteger a los sujetos bajo supervisión. En un modelo idílico del espacio escolar, cada rincón de la escuela estaría iluminado, evitando escondrijos donde podría ocultarse a la benévola y vigilante mirada de los supervisores.

Sin embargo, como sucede con todo espacio físico, siempre existirán lugares donde la mirada vigilante no pueda penetrar. Se estará alerta sobre la posibilidad de que sean habitados y se desalojarán cuando se habiten. Y como en todo espacio social, siempre será posible crear lugares para evitar la mirada vigilante. Retomando a Frederic Thrasher, se entiende por estos espacios como intersticios: grietas, recovecos, esquinas oscuras, rincones escondidos, lugares ensombrecidos a determinadas horas, la mirada del profesor sobre el pizarrón, el libro o la lista de asistencia. Cada espacio fuera de la acción panóptica devendrá en un territorio dentro de la escuela para ser habitado y ahí se pondrán en suspenso las lecciones, las reglas, las miradas reprobatorias y la verticalidad del poder de socialización ejercido por los sujetos al mando.

Las relaciones en estos territorios se expresan con la dureza de la relación de poder vertical entre profesores y estudiantes, entre directivos y estudiantes, personal administrativo y estudiantes, personal policial y estudiantes. Cada relación implica distintas formas de gestionarse, pero la constante es una relación de poder vertical entre adultos y niños o jóvenes. Así, la posibilidad de los estudiantes (niños o jóvenes) para habitar los intersticios del territorio escolar, implica siempre una disputa con los adultos.

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