Juventud en plural

Para muchos investigadores con enfoque sociocultural, la escuela es un referente fundamental para comprender el fenómeno de la juventud, pues en las relaciones entre pares, en lo que hemos llamado socialidad, los sujetos comparten saberes propios, negados por la institución, deseos, intereses y experiencias vividas fuera del foco de la supervisión adulta. La escuela, podríamos decir, produce juventud como un efecto no esperado. 

¿Esto quiere decir que no hay juventudes fuera de la escuela? No, pero la masificación de la educación sí permite observar cómo se originó el fenómeno de la juventud y cómo sigue siendo motor producción de juventud. Por supuesto, desde el enfoque sociocultural no se niega que la edad sea un elemento central para pensar la juventud. Es sólo que se pone en cuestión que la edad determine la experiencia juvenil. 

Pongamos un ejemplo clásico: ¿podemos pensar que una mujer de quince años quien ya es madre y tiene responsabilidades de cuidado y reproducción social en su comunidad es una mujer joven? Por la edad, sí. Por la experiencia, no. El trabajo como responsabilidad comunitaria es un marcador de paso para muchos hombres rurales, pues significa que cumplen funciones necesarias para la reproducción social, en el caso de las mujeres, la reproducción humana está plegada a su función social en la comunidad. En nuestro ejemplo, esta chica ha pasado de niña a mujer, sin vivir una experiencia diferente. 

La juventud sería la posibilidad de vivir experiencias muy diferentes a las de niña y mujer. Lo que se ha observado en diversas investigaciones es que, sobre todo para el caso de las mujeres, el trabajo y la educación permiten vivir experiencias juveniles en la medida que postergan el matrimonio. Ya sea con el trabajo fuera de sus comunidades o la inclusión escolar, logran un periodo entre “florecer” como mujeres y casarse para ser madres. 

El noviazgo sin pretensiones matrimoniales, la relación con sus pares sin búsquedas económicas, la posibilidad de consumos culturales, etcétera, posibilita vivir relaciones de socialidad, experiencias que no son laborales ni escolares. Experiencias juveniles.

Se puede colegir que la experiencia social global se diversifica con la experiencia juvenil, dejando claro que el fenómeno de la juventud va más allá de la edad sin poder definir cerradamente el periodo que la comprende. Qué pasa con un sujeto de treinta y cinco, estudiante de posgrado, que tiene una pareja sin pretensiones de matrimonio y, mucho menos, de paternidad. 

A este respecto, también se identifica la juventud como un periodo de moratoria social, es decir, postergar el paso de niño a adulto en la medida que no se alcanza la capacidad productiva mediante un trabajo, esto según una perspectiva de trayectorias (estudiar-trabajar-reproducirse-jubilarse-morir). Sin embargo, esta visión peca de asunciones homogeneizantes que, sobre todo en las sociedades posfordistas, son imposibles de gestarse, amplificando los factores que pluralizan las experiencias vitales de los jóvenes

Para muchos, la escolarización apenas irrumpió en sus comunidades, pero la migración y el trabajo ya se habían convertido en factores de juvenilización, es decir, en oportunidades para postergar el pasaje de la niñez a la adultez. 

Así, el género, la clase, la racialización, la pertenencia a una etnia, la migración, la situación urbana o rural, etcétera y según múltiples articulaciones definen maneras diversas de experiencias juveniles: jóvenes afro migrantes en ciudades estadounidenses, jóvenes de origen obrero en la universidad, mujeres indígenas trabajando fuera de su comunidad… la realidad es vasta en estas articulaciones y las herramientas de análisis y reflexión necesitan responder a esta pluralidad.

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