JuvenilES

La escuela funciona, pero de otra manera

Por Hugo César Moreno Hernández

Digámoslo así, la escuela funciona, es útil y necesaria socialmente. El problema es que no funciona para lo que se supone debe hacerlo. Es decir, innegablemente la escuela funciona para educar, es decir, para formar cívica y técnicamente, pero esta formación siempre se enfrentara a los contextos sociales que devaluaran sus contenidos a fuerza de realidad social, por decirlo de alguna forma, para qué sirven ciertos contenidos a estudiantes que vislumbran su futuro como obreros y, social y culturalmente, está bien con eso, pues es la historia de su familia y no le restan dignidad a dicha labor. Esto es notable en el estudio ya clásico de Paul Willis, Aprendiendo a trabajar, cuyo subtitulo es revelador: Cómo los chicos de clase obrera consiguen trabajos de clase obrera.

El trabajo no sólo desmiente el mito de la educación como motor para la movilidad social, sino que analiza cómo se intervienen las distintas líneas de socialización (dispositivo familiar y dispositivo escolar) con las líneas de socialidad (experiencia escolar, experiencia juvenil y experiencia de clase) para orientar las decisiones de los estudiantes en el presente con una perspectiva, casi cínica, sobre el futuro. Incluso la instrucción técnica ofrecida por la escuela es despreciada y despreciable para los muchachos de clase obrera, pues es con las relaciones horizontales en la casa, la calle y con sus compañeros de escuela con quienes comparten clase social, que aprenderán a desempeñarse como obreros. Cómo lograr darle sentido a los contenidos pedagógicos si, de por sí, ya han sido ridiculizados.

Entonces la relación de estos muchachos con la escuela siempre será conflictiva y sin mucho respeto. Sin embargo, a pesar de tener la perspectiva de su futuro bien delineada por su realidad, la estancia en la escuela les permite vivir una experiencia social autónoma a la escolar y laboral. Esto es, una experiencia juvenil que tiene sus propios contornos, valores y maneras de expresión. Se producen ahí saberes que no se aprenden ni en la casa ni en la escuela, sino en el estar juntos y extender ese estar juntos fuera de la escuela y la casa, para habitar la calle y espacios intersticiales. Sin la obligación de la escolarización, ese estar juntos, esa horizontalidad, la socialidad tal y como se da en la escuela, sería mucho más complejo que se lograran fenómenos complejos como la juventud.

La clase, las relaciones con las instituciones como la familia, la escuela y el trabajo tienden a generar relaciones de atracción, de reconocimiento y acercamiento. Si bien la calle es un espacio donde la horizontalidad y la socialidad permiten a los jóvenes alcanzar autonomía en la producción de valores éticos, estéticos y linguisticos, la escuela tiene la cualidad de ofrecer un espacio seguro, un lugar de encuentro donde las interacciones con los adultos están totalmente reglamentadas y, además, pueden acceder a los contenidos pedagógicos que, si logran poner en diálogo con sus intereses y deseos, les servirán no sólo para ser “buenos ciudadanos” sino para tramitar las relaciones de lealtad, pertenencia e identitarios para promover procesos de solidaridad social con aquellos con quienes comparten determinada realidad social a fin de tener herramientas, por ejemplo, para exigir y ejercer sus derechos elementales.

Autor: Hugo César Moreno Hernández