La escuela y las juventudes rurales

Una buena parte de los estudios sobre jóvenes rurales se han centrado, por un lado, en las actividades productivas especialmente agrícolas y, por otro, en los aspectos educativos, lo que no es extraño considerando que la misma conceptualización de la juventud ha estado vinculada a referentes urbanos, como la incorporación a la escuela y al mercado de trabajo fuera de la unidad doméstica.

La expansión del sistema educativo fue uno de los objetivos de las políticas que buscaban integrar a los jóvenes de los diferentes sectores, porque todos debían ser incluídos en el desarrollo, eso promovió el acceso a la escuela en las comunidades rurales e indígenas, donde el idioma, el contenido curricular e, incluso, el diseño de la escuela era urbano.

Cuando se conceptualiza a la juventud como una etapa de vida, se relaciona directamente con la moratoria social que da la escuela antes del trabajo, pero este impasse no aplica para muchos jóvenes rurales, porque tienen diferentes ritmos de acceso a la escuela y al trabajo, en algunos casos empiezan a trabajar incluso antes de ir a la escuela.

Por otro lado, pero en el mismo sentido, la descripción de la experiencia juvenil ha estado vinculada a las instituciones y los espacios de socialización donde la escuela y la familia tienen protagonismo.

Los procesos de interacción de los jóvenes con estos dispositivos generan experiencias juveniles diferenciadas, que obligan a hablar de los jóvenes en plural, no sólo estableciendo diferencias entre los jóvenes urbanos y los rurales sino al interior del mismo espacio rural, donde las dínamicas familiares de unidad doméstica, la inserción a la escuela y la ampliación de actividades económicas tendientes a la terciarización, redibujaron las experiencias juveniles respecto a generaciones anteriores y entre los mismos espacios rurales con mayor o menor acceso a la urbanización.

Para poner un ejemplo, hablemos de los jóvenes en la región Tierra Caliente en el estado de Guerrero, esta región está formada por nueve municipios en los que etnográficamnete se pueden distinguir dos zonas: las bajas cercanas a las cabeceras municipales y las altas que son principalmente rancherías y comunidades pequeñas enclavadas en la Sierra, estas diferencia de ubicación se manifiesta en la actividades económicas, las zonas altas tienen más producción agrícola y ganadera de autoconsumo, en las zonas bajas se encuentran las tierras cercanas a los ríos y a la infraestructura de la cuenca del Balsas, en estas zonas también hay producción familiar de autoconsumo pero proliferan los pequeños negocios y las zonas de comercio.

Por supuesto que el acceso y experiencia escolar también esta diferenciado, en las escuelas primarias ubicadas en las rancherías y comunidades más alejadas de las cabeceras municipales, es frecuente la ausencia de maestros, porque los profesores asignados a éstas son estudiantes que realizan servicio social o son contratados por el municipio, siempre y cuando el número de alumnos sea suficiente.

Esta suficiencia es todo un tema para las comunidades cada ciclo escolar, porque si el número mínimo de alumnos no se reúne, la escuela se cierra y esto obliga a los alumnos a trasladarse a otras comunidades, aunque ello implique recorrer distancias largas, pues cada vez son menos escuelas las que se abren en cada ciclo escolar.

La infraestructura de las escuelas en estas zonas consta de una o dos aulas en las que se concentran alumnos de primero a sexto grado y todos los niveles son impartidos por un mismo profesor. Las secundarias se encuentran en condiciones similares de infraestructura y de funcionamiento que las primarias, pero con una incertidumbre mayor debido a que es en este nivel educativo donde se incrementa la deserción escolar por la emigración y por la elevada tasa de reprobación.

En las zonas altas de Tierra Caliente, continuar estudiando después de la secundaria se vuelve extraordinario, porque existen pocas escuelas cercanas y para estudiar en las que se ubican cerca de las cabeceras municipales la familia debe disponer de recursos económicos suficientes para solventar los costos de transporte, hospedaje y manutención de los jóvenes en los lugares donde se ubican las escuelas y que, además, le permitan a la unidad doméstica prescindir del trabajo de ese miembro de la familia durante el tiempo que dure su educación.

El capital económico permite el acceso al capital cultural. Pero también es importante tener capital social, es decir, relaciones con personas que vivan en las cabeceras municipales o cerca de las escuelas y que ejerzan el rol de cuidado y vigilancia de los hijos y, especialmente, de las hijas que mandan a estudiar.

En las escuelas rurales de las zonas altas, como en toda la arquitectura de esa zona, los espacios son abiertos, no hay bardas cerradas, rejas eléctricas, alambre de púas, con esfuerzos se logra tener un maestro, por lo tanto no hay prefectos, o una plantilla docente y administrativa que cumpla las funciones de vigilar las conductas inapropiadas, pero al ser espacios abiertos esa función se traslada al resto de la comunidad, los jóvenes están expuestos a los ojos de todos. La escuela incorpora las relaciones verticales con los adultos, y horizontales con los pares, pero las prácticas de ambos tipos de relaciones, no están en conflicto, la escuela no genera un espacio de resistencia de los jóvenes frente al mundo de los adultos.

Para los jóvenes urbanos, la escuela y el grupo de pares son las principales fuentes de socialización, en los rurales sierreños de las rancherías calentanas, la principal fuente de socialización es la familia y la comunidad; el camino académico muchas veces no es considerado una opción accesible de vida, no sólo por los recursos de las familias, sino también porque las habilidades y destrezas adquiridas en el sistema escolar no están muy relacionadas con las necesidades de desarrollo local, en palabras de Loudes Pacheco Ladrón de Guevara “los jóvenes desaprenden lo propio para aprender cosas que no resultan útiles en el espacio donde se encuentran”. 

A pesar de ello, ir a la escuela no es un asunto menor, porque sí constituye uno de los factores diferenciadores de la experiencia juvenil frente a la experiencia de la vida adulta y también se sigue considerando un motor de movilidad social y una oportunidad de acceso a un futuro mejor y un elemento de prestigio cuando un miembro de la unidad doméstica consigue una licenciatura, de la misma forma que se reconocen los éxitos de los jóvenes en el deporte o desarrollando otras actividades económicas.

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