Sin escuela a clases
Por Hugo César Moreno Hernández
Es complicado definir quienes sufrieron más los estragos del encierro pandémico. Los adultos mayores atemorizados por las comorbilidades, los trabajadores que no pudieron quedarse en casa, aquellos que perdieron el empleo o los estudiantes que se quedaron sin escuela pero con clases en casa y tareas embrutecedoras. Es difícil decir quién padeció más. Pero sin duda, para los jóvenes estudiantes quedarse sin escuela pero con clases, la definición de escuela recupero el sentido de ésta. Como he dicho en otras entregas, la escuela es una institución socialmente útil más allá de su función como formadora cívica y técnica.
La escuela es una institución útil y exitosa porque permite la producción de subjetividad a través de relaciones horizontales más o menos controlada, porque incluso en los conflictos surgidos por el encuentro entre socialización y socialidad, en su resolución, ya sea por la vía vertical u horizontal, los sujetos aprenden a estar juntos, a intercambiar saberes, a cooperar y a competir, a perder y ganar. Esto sucede al disputarse los espacios, al resistir a la funcionalidad de éstos al cambiarla para transformarla en campo de juegos y batallas. El frente a frente cotidiano ofrece sentido a la escuela, recubre el porqué ir a la escuela por la certeza del encuentro con los amigos, los rivales, los amores y desamores. Enfrenta a la complejidad de vivir los colectivo a los jóvenes que salen del ensimismamiento hogareño para negociar su lugar con los otros, aprendiendo unos valores de manera vertical (socialización) y produciendo otros según el talante del pequeño grupo de pares (socialidad).
La colonización del dispositivo escolar al territorio digital dada por la contingencia implico una toma un tanto violenta que lastimo tanto a los adultos como a los jóvenes. Los jóvenes, habitantes asiduos de este territorio tuvieron que aceptar la invasión a través de tareas en plataformas y redes sociodigitales. Los videos de solaz pasaron a ser lecciones. Las aplicaciones para charlar pasaron a ser instructivos para hacer las tareas y ni siquiera tenían al lado a su camarada para burlarse de tal o cual instrucción, de tal o cual lección.
Lo que sí tenían, sobre todo pasó con los niños, era a sus madres, algunas muy preocupadas, siempre pegadas tomando la clase e, incluso, evidenciando alguna falencia del profesor. Casa y aula en el mismo lugar. Madre o padre y profesor en el mismo intercambio. El agobio, por supuesto, derivó en poco aprovechamiento de las lecciones y por más que los profesores buscarán herramientas para disminuir el trauma, la casa es la casa y la escuela es la escuela, fusionarlas a través de dinámicas digitales minó sus cualidades, empobreciendo la experiencia escolar y elimino la experiencia entre pares.
Si algo permite ver este proceso es cómo la relación entre experiencia escolar y experiencia juvenil significa un tejido vivo que posibilita los aprendizajes verticales y horizontales, creando un circulo conflictivo que, bien llevado, es virtuoso, porque se aprende de manera global, incluso ahí donde la oposición parece irremediable. No se trata de evitar la oposición entre experiencias, sino de hacerla productiva al dejar emerger los conflictos y hallarles soluciones no violentas. La ausencia de escuela, la colonización del dispositivo escolar al territorio escolar y al hogar, sucedió sin la posibilidad de un experiencia autónoma al proceso puramente educativo.
