La escuela del futuro en la escuela del pasado
Por Hugo César Moreno Hernández
El dispositivo escolar es uno de los dispositivos sociales más exitosos de nuestra época. Tan exitoso que, realmente, no ha cambiado su estructura nuclear. Planes educativos vienen y van. Principios ideológicos nutren o empobrecen los contenidos ideológicos. Quienes se ponen frente al grupo pueden llamarse maestros, profesores, docentes, guías, coordinadores, faros o brújulas, pero siguen bajo la misma disposición de los cuerpos y los espacios. La escuela es una institución exitosa porque funciona. Y con esto no me refiero a que logre producir excelentes ciudadanos y trabajadores, eso no puede hacerlo sola, aunque consigue algo en ese sentido. Pero su éxito no radica ahí.
La escuela se pliega al trabajo o a la ausencia de trabajo, se pliega a las condiciones de seguridad o inseguridad, sobre todo, aislándose, cerrando sus puertas, creando las condiciones para una experiencia social específica y casi excluyente. Sin embargo, y ahí radica la importancia de la escuela y parte de su éxito, la posibilidad de excluir otro tipo de experiencias queda cancelada por la capacidad de los sujetos para experimentar en múltiples dimensiones dando diversos sentidos a una misma disposición de objetos. Sobre todo con los jóvenes, para quienes un envase de plástico vació y un patio maltratado pueden producir, gracias al estar juntos, un campo para jugar al futbol. Es en ese efecto no esperado de la escolarización, en la creación de la juventud, donde radica el mayor de los éxitos del dispositivo escolar. Porque es a través de los afectos, las emociones, la socialidad, que los procesos de socialización toman sentido para los estudiantes.
Por eso, no es complicado entender por qué la pandemia desnudo las falencias del sistema educativo, amén de las sociales en general. Porque sólo quedo lo supuesto como función y se eliminó lo que permite dar o hallar el sentido. Para muchos jóvenes universitarios, por ejemplo, la inutilidad de cátedras de dos horas continuas donde el profesor parece no respirar se hizo evidente cuando no tenían al compañero de al lado que explicaba o se burlaba o gesticulaba en contra o favor de lo dicho.
Cuando el respiro era salir unos minutos y comentar con otro compañero. Cuando el semblante cansino del profesor está en primer plano y su voz inunda la habitación sin la posibilidad de poner a prueba con los otros aquello que se escucha, el oído cae en moribunda actividad que oye y se aburre y apaga la cámara y mejor manda mensajes que quizá no hallen respuesta porque, cómo no, el compañero está tomando la misma lección aburrida.
En ese sentido, no me parece que la educación a distancia haya mostrado su inoperancia, sino que demostró que en la escuela pasan muchas más cosas que sólo educación y que, quizá, la educación sea algo secundario frente a los procesos de socialidad donde, a través de la horizontalidad, los estudiantes ponen en práctica lecciones cívicas, como la solidaridad, la verdadera participación y una real capacidad para expresar sus sentires, opiniones y deseos.
