Reflexiones sobre un proyecto de educación indígena del siglo XVI: el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco.
Reflexiones sobre un proyecto de educación indígena del siglo XVI: el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Edilberto Mendieta García Si bien es entendido que el proceso de conquista por parte de los europeos en el continente americano fue en momentos cruel y devastador, también es cierto que de éste mismo, surgieron las actuales naciones y la población del día de hoy. Varios grupos originarios lamentablemente cayeron en el exterminio y muchas lenguas dejaron de hablarse. Sin embargo no todo fue destrucción, dentro de este vertiginoso suceso, al menos en el caso de España, hubo personas que supieron admirar las virtudes de los indígenas a lo largo de varios siglos, quizá los dos ejemplos más notorios lo exhibieron las órdenes mendicantes, los franciscanos en México y los jesuitas en Paraguay, donde los religiosos, celosos de su fe y deseosos de implantar un cristianismo más prístino, avocaron sus esfuerzos para construir utopías entre los nativos, surgiendo conventos-escuela, hospitales-pueblo y misiones. a) Los franciscanos y su labor educativa. Una de las labores educativas más importantes que se desarrollaron en México fue la llevada a cabo por los frailes franciscanos. Su visión evangelizadora les permitió empatar los preceptos de la fe con una educación académica. José María Kobayashi en su estudio sobre este tema, afirmó lo siguiente: “De aquí la máxima importancia que la Iglesia a través de los siglos ha dado siempre a la instrucción y a la educación, consciente del daño y riesgo que pueden acarrear tales medios cuando falta aquélla” (Kobayashi, 1985: 150). ¿Cómo se dio este suceso? Entre 1523 y 1524 llegó la orden franciscana con fray Pedro de Gante y con Fray Martín de Valencia, con una meta muy clara: convertir a los indígenas al reino de Jesucristo. Los frailes observaron que las élites indígenas eran quienes llevaban la batuta en sus comunidades, y era preciso arrancar con ellos la siembra de la semilla de la fe; por lo que solicitaron el apoyo de Hernán Cortés para comenzar su obra, el conquistador de Tenochtitlan ordenó a los principales llevaran a sus hijos a casas improvisadas que funcionaron como los primigenios “conventos-escuelas”, y el primer problema fue aprender las lenguas indígenas, mas esto se solucionó a través de una aguda observación y del juego con los niños. Fray Pedro de Gante, fray Toribio de Benavente Motolinía y Fray Andrés de Olmos, se convirtieron en notables nahuatlatos, a este grupo se sumaron posteriormente otros dos más: Fray Bernardino de Sahagún (el pionero de la antropología mexicana) y Fray Alonso de Molina (el más importante lingüista del náhuatl). En estas prístinas escuelas, comenzaron a educar a la niñez noble de México con las primeras letras, el canto, el rezo de algunas oraciones y los principios básicos del cristianismo católico. Los primeros logros fueron prometedores, aunque con resultados a veces funestos. Los casos más notorios fueron los llamados “niños mártires de Tlaxcala” quienes murieron en defensa de la nueva fe entre 1527 y 1529, o el crudo suceso en el cual unos chicos enfrentaron en el mercado de Tlaxcala a un sacerdote llamado Ometochtli quien se hizo llamar dios, cosa que a los infantes replicaron “No es dios sino diablo, que os miente y engaña” (Benavente, 2001: 266) y lo ultimaron a pedradas. Sin embargo, la labor evangelizadora de los franciscanos ya había iniciado ¿Se podría dar otro paso? ¿Educar a los indígenas más allá de las primeras letras? ¿Era posible? Eso era uno de los debates más apasionados que se dieron en esa época. En México Fray Juan de Zumárraga emitió desde su llegada a su sede obispal hasta 1536 una serie de epístolas al rey Carlos I de España, abogando por la autorización de una escuela superior que permitiera formar un sacerdocio nativo que apoyase la titánica labor de evangelizar la Nueva España. En la península ibérica el eminente teólogo Alfonso de Castro, junto a otros eruditos, no fue ajeno a esta propuesta, la cual defendió y consideró pertinente, escribiendo un tratado a favor en 1542 (Kobayashi, 1985: 281-283). Esto significaba desarrollar un proceso mucho más complejo, pues se debía brindar una educación que no sólo abarcara con la enseñanza de la escritura y lectura de la lengua española, sino estudiar latín, teología y filosofía, para preparar a tales sacerdotes, y este tipo de conocimiento rivalizaba con el expuesto en las universidades europeas. Sin embargo, las otras órdenes mendicantes no compartían este furor. Los dominicos y los agustinos a lo más que llegaban era enseñar a los niños a leer y a escribir, a repetir oraciones como el Pater Nostery el Ave María, y alguno que otro aspecto de la catequesis. Para éstos, la educación superior era algo imposible. También hubo sectores del gobierno y de la sociedad novohispana que vieron como innecesarios y hasta peligrosos estas acciones, incluso se escribieron misivas al rey criticando esta labor. b) El Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco La suma de estos esfuerzos concluyó de la siguiente manera: el virrey Antonio de Mendoza, el presidente de la Segunda Audiencia Sebastián Ramírez de Fuenleal y el obispo Juan de Zumárraga, el 6 de enero de 1536 fundaron el Imperial Colegio de Santa Cruz en Tlatelolco, con muchas esperanzas puestas. Si bien empezó con dos modestos cuartos de abobe al principio, rápidamente se construyeron mejores cuartos de piedra. Los primeros alumnos fueron elegidos de entre las élites indígenas y se les sometió a una estricta vida, casi monacal, pernoctaban en el Colegio, cumplían con las oraciones matinales, y estudiaban arduamente. El Colegio tuvo al menos en el siglo XVI entre sesenta y setenta alumnos, todos ellos entre los 8 y los 12 años, y cumplidos los 15, se les remitía a sus hogares. Además se le designaron predios en algunos poblados para su manutención, la Corona en ocasiones dio recursos y la institución recibió unas donaciones pías. Además, lentamente se le dotó de una biblioteca, obras de importantes clásicos como Aristóteles, Plutarco o Salustio, textos de transcendentales padres de la Iglesia como San Agustín