Por Hugo César Moreno Hernández
Después de reflexionar sobre los territorios del cuerpo y el espacio físico, los intersticios y la socialidad, es momento de hablar sobre la irrupción de un tercer territorio: el ciberespacio o territorio digital. Pero ¿por qué es un territorio? Al igual que la experiencia, la territorialización, es decir, habitar los territorios, implica narrativas, esto es, relaciones entre memorias, sensaciones y presentaciones acompañadas de performances que expresan lo experimentado y, en este caso, lo habitado.
El territorio implica al espacio físico, situado con las especificidades de las relaciones sociales que ahí suceden, como la escuela. El espacio en abstracto, tiene lugares, como los salones, patios, pasillos, baños y entre ellos están los intersticios, descubiertos o creados con los cuales los jóvenes estudiantes practican sobre cartografías de coordenadas móviles desde donde perciben los movimientos de los cuerpos, esto se transmite como narrativa, pues desde estas prácticas se generan discursos sobre los cuerpos propios, los movimientos de los adultos y los lugares ocupados según su sentido de socialización (el aula) o de socialidad (los intersticios).
Los jóvenes estudiantes, al igual que los adultos, habitan el espacio escolar territorializándolo con el relato de las experiencias propias y apropiadas, de dentro y fuera con lo que dibujan los mapas y los trazos de posibilidad, imposibilidad y transgresión.
Los dispositivos electrónicos juegan un papel central en las narrativas de los sujetos contemporáneos, con mayor peso para quienes nacieron en los albores del siglo XXI, pues si tenemos en cuenta que la comercialización de los llamados teléfonos inteligentes explotó entre 2007 y 2008, estos jóvenes han tenido entre manos pantallas potentes de expresión y producción cultural. Hay quienes los llaman nativos digitales, mientras que los adultos de generaciones anteriores serían usuarios digitales.
Esta distinción es importante porque define cómo se habita el territorio digital según la edad del habitante. Con esto quiero dejar claro que todo aquel inmerso, por cualquier razón, en el territorio digital, se convierte en habitante de dicho territorio. Pero la forma de habitarlo define el tono de las narrativas, es decir, cómo se cartografía el espacio digital, como se practican los lugares, tanto en procesos de socialización como de socialidad y como se producen artefactos digitales. Por ejemplo, mi generación empezó a habitar el espacio digital con la seriedad de necesidades laborales, aprendiendo y valorando las ventajas de la alfabetización digital, mientras que los más jóvenes llegaron a ese territorio al mismo momento que habitaban su cuerpo y los espacios físicos hogareños y exteriores.
En ese sentido, la seriedad con la que asumen la práctica del territorio se define por las exigencias del juego, para pensar con Baudrillard (ve La seducción), y no con la seriedad de quien usa una herramienta para conseguir un resultado.
En ese sentido, el choque generacional frente al territorio digital se define a través de las formas de habitar dicho espacio y se expresa a través de relatos que difieren en sentido, necesidad y relaciones. Desde el para qué usarlos, pasando por la necesidad de usarlos para llegar a la creación de colectividad e identidad a través de la presencia constante que confirma la calidad de habitante del territorio digital.