La construcción de la identidad bicultural en el proceso migratorio, un reto para la educación intercultural

Fredy E. Cauich Carrillo
IEMS SECTEI-CdMx

“La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”
Nelson Mandela

En un contexto de la migración, el cambio se refleja en el ámbito educativo y en la compleja reconfiguración de las identidades. El proceso migratorio, más allá de un simple movimiento de personas, conlleva una realidad: la creación de una identidad bicultural, y con el tiempo multicultural. Esto se vuelve aún más evidente en la educación, donde la necesidad de adaptarse y comprender dos culturas no solo enriquece al individuo, sino que también puede generar tensiones y conflictos. La interculturalidad, como lo menciona la Nueva Escuela Mexicana (NEM), se convierte en un pilar fundamental para enfrentar este reto educativo y cultural, proponiendo una educación abierta al diálogo y al reconocimiento de las diversidades.

La migración, en su esencia, es un proceso que trasciende lo físico para adentrarse en los dominios de lo simbólico y lo cultural. Los individuos que atraviesan fronteras no solo llevan consigo sus costumbres, creencias y valores (Braudel 2016), los cuales entran en diálogo o, en algunos casos, en conflicto con los del país receptor. Afirma Stavenhagen (2008), “el reto de la globalización es construir un mundo donde quepan muchos mundos”. Este desafío se vuelve aún más palpable para aquellos que deben integrar elementos de dos culturas en su vida cotidiana, un proceso de negociación continua. 

En el ámbito educativo, esta meta se intensifica, ya que la escuela es uno de los principales espacios donde las diferencias culturales se encuentran. Los migrantes, especialmente los jóvenes, se ven inmersos en un sistema que, en ocasiones, no está preparado para manejar la diversidad cultural. El sistema educativo tradicional puede, sin intención, homogenizar a los estudiantes, dejando de lado las particularidades de aquellos que provienen de otras culturas. La NEM enfatiza que la educación debe abrirse a la comunidad y reconocer el valor de la diversidad cultural (García & Mendieta, 2024), promoviendo un diálogo horizontal entre culturas.

La interculturalidad no debe verse como un simple agregado al currículo, sino como una perspectiva que impregna todas las áreas del conocimiento. Al reconocer y valorar la diversidad, se abren las puertas para que los estudiantes migrantes construyan una identidad bicultural más sólida, en lugar de verse forzados a elegir entre una u otra cultura.

Para los migrantes, especialmente los jóvenes, el camino hacia la identidad bicultural puede estar lleno de tensiones entre los valores que heredan de sus familias y los que encuentran en la sociedad de acogida. La educación, en este sentido, juega un papel crucial al proporcionar un espacio donde se pueda construir una identidad que reconozca y celebre ambos lados del cruce cultural. La propuesta educativa de la NEM establece que el diálogo intercultural debe ser un proceso activo y continuo, en el cual tanto los estudiantes como los docentes contribuyen a la construcción de una realidad educativa más inclusiva.

Este reto también involucra los espacios informales de aprendizaje, donde la convivencia diaria permite al migrante navegar entre sus diferentes identidades. El entorno social es, en muchos casos, donde las verdaderas confrontaciones culturales ocurren, y donde los migrantes enfrentan barreras como la xenofobia y la discriminación (Cauich, 2023). Esto subraya la importancia de que las instituciones educativas trabajen en conjunto con las comunidades para fomentar una cultura de respeto y reconocimiento mutuo.

La construcción de la identidad bicultural se convierte, entonces, en un proceso de adaptación y resistencia. Adaptación, porque los migrantes deben aprender a moverse en un nuevo contexto cultural. Resistencia, porque deben preservar los elementos de su cultura de origen, resistiendo las presiones de asimilación. Este equilibrio caracteriza a la experiencia bicultural, un reto que puede llevar a una mayor riqueza cultural tanto para el individuo como para la sociedad en su conjunto.

Un aspecto clave en este proceso es la capacidad de los migrantes para desarrollar un sentido de pertenencia en ambos contextos culturales. Según Toledo y Barrera-Bassols (2008), las comunidades que logran mantener un equilibrio entre sus raíces y el nuevo entorno en el que viven son aquellas que pueden preservarse y enriquecerse, al mismo tiempo que participan activamente en la sociedad de acogida. 

Este proceso de integración cultural también tiene un impacto profundo en el ámbito educativo. Cuando los estudiantes migrantes logran reconocer y valorar su herencia cultural dentro del sistema educativo, su experiencia de aprendizaje se transforma de manera positiva. La identidad bicultural no solo les permite comprender mejor su propio lugar en el mundo, sino que también les brinda una ventaja al manejar diferentes perspectivas y formas de conocimiento.

Sin embargo, este proceso no está exento de desafíos. Uno de los principales obstáculos a los que se enfrentan los migrantes en su proceso de construcción identitaria es el sistema de valores de la sociedad receptora, que tiende a privilegiar su cultura sobre las demás. Para evitar este tipo de situaciones, las políticas educativas deben promover la integración cultural, que permite una coexistencia de elementos culturales, en lugar de la asimilación, que exige la adopción completa de la cultura del país receptor

La construcción de una identidad bicultural en el contexto migratorio es un proceso desafiante, pero también una oportunidad única. Los migrantes que logran navegar entre dos culturas no solo enriquecen su propia experiencia, sino que también aportan nuevas perspectivas y conocimientos a la sociedad que los acoge. Leonor Arfuch, señala las vivencias culturales que los migrantes llevan consigo se convierten en dispositivos de memoria que permiten tejer nuevas formas de identidad y pertenencia en los espacios que habitan.

La interculturalidad, entonces, es más que una simple coexistencia de culturas. Es un proceso activo de diálogo y aprendizaje mutuo, en el que las diferencias se valoran y se integran para construir una sociedad más justa y equitativa. La educación juega un papel fundamental, ya que tiene el poder de facilitar o dificultar este proceso. Como sugiere la NEM, la educación intercultural debe ir más allá del reconocimiento superficial de la diversidad; debe crear espacios donde los estudiantes migrantes puedan expresar su identidad y donde sus experiencias culturales sean valoradas como una fuente de conocimiento.

En última instancia, el reto de la identidad bicultural es un reflejo del desafío más amplio de vivir en un mundo cada vez más globalizado e interconectado. Como afirma Rodolfo Stavenhagen mencionaba, debemos aspirar a crear “un mundo donde quepan muchos mundos”. En este proceso, la educación desempeña un rol crucial al proporcionar las bases para que las nuevas generaciones aprendan a reconocer, respetar y valorar la diversidad cultural, no como una amenaza, sino como una fuente de enriquecimiento y crecimiento mutuo.

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