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La escuela sin escuela

Por Hugo César Moreno Hernández

Así, la escuela es la relación estrecha entre los sujetos y territorios que la constituyen, la ausencia de alguno de ellos es peligrosa. Por ejemplo, la eliminación del espacio físico, la eliminación del aula, los pasillos, los patios, los baños, los intersticios y la confluencia de miradas así como el escape a esa mirada vigilante. Juegos entre espacios y cuerpos, miradas y ocultamientos, sombras y alumbramientos, desviaciones y regaños. Escapes y capturas.

Esas líneas se conjugan con las líneas generales que dan orden y presencia al dispositivo escolar. Energías que confluyen, se repelen y encuentran vías paralelas a fin de hallar flujos autónomos que, a su vez, se encuentran y entretejen. Por eso hay peligro cuando un elemento es obliterado, como pasó con la pandemia en 2020. En ese proceso, los jóvenes perdieron espacios, intersticios y a la propia escuela, quedando abrumados por el dispositivo escolar que invadió sus casas.

Se han analizado, y se seguirá haciendo, los efectos de la cuarentena ocasionada por la emergencia sanitaria por Covid-19 iniciada en 2020. Se ha preguntado sobre las brechas digitales y cómo éstas muestran por otros medios las enormes desigualdades sociales. Se ha trabajado sobre cómo se puede orientar la educación a través de medios digitales, sobre cómo las nuevas tecnologías deben articularse con las viejas prácticas, sobre cómo padecieron profesores su analfabetismo digital y cómo orientar nuevas pedagogías. Se tiende hacia el tecnocentrismo, el eficientismo o las exigencias pedagógicas.

En ese sentido, mi interés va más hacia las subjetividades y las nuevas líneas de experiencia, sobre cómo la experiencia escolar y la experiencia juvenil tropiezan o se pliegan a la realidad impuesta por la cancelación del espacio. A esta situación se le ha llamado colonización del dispositivo escolar sobre el territorio digital. La relación entre el territorio digital y los espacios físicos de la escuela, sobre todo el aula, no es tersa, muchas veces es de oposición, de disputa por la atención de los alumnos. A veces se trata de limitar el deambular por el territorio digital confiscando teléfonos inteligentes, tabletas u otros aparatos. Otras se intenta integrarlos al proceso de enseñanza aprendizaje. Pero la disputa por la atención no desaparece.

Con el confinamiento, sólo quedó la comunicación remota eficientizada gracias a aplicaciones como zoom, meet, entre otras. Las clases en línea funcionaron para evitar la pérdida del ciclo escolar, fue una medida reactiva que no pudo medir los efectos. Más allá del desnudamiento de las realidades sociales y económicas, estos hechos me sirven para explicar cómo la escuela, más que ser un espacio de formación, es un territorio habitado donde los jóvenes viven experiencias que les marcarán en lo identitario y la pertenencia.

La pandemia implico la ausencia de un espacio de encuentro donde la socialidad permitiera vivir una experiencia juvenil plena, empobreciendo, al mismo tiempo, la experiencia escolar de los sujetos. Niños y jóvenes tuvieron que sentarse frente a monitores, a veces con malas conexiones y con todo el humor acendrado entre las paredes de sus casas. Por un lado los padres, por otro los hermanos, por lo bajo la imposibilidad de tener un espacio adecuado donde tomar lecciones, dónde hacer búsquedas y enviar y recibir archivos de todo tipo. Encerrados en la casa colonizada por el dispositivo escolar, se quedaron si escuela. 

Autor: Hugo César Moreno Hernández