Por Alejandra A. Ramírez López
Es otoño y pese a ello el calor de más de 35 grados centígrados resulta agotador. Estamos llegando a la escuela telesecundaria de una pequeña localidad de la Costa Chica Oaxaqueña, colindante con el estado de Guerrero. Está ubicada a la salida de la comunidad, así que, del centro a la escuela caminamos al menos quince minutos con el sol a todo lo que da. Nos recriminamos por no llevar una sombrilla. La arena se levanta a cada paso que damos y hace el camino más pesado. A nuestra llegada, el director de la escuela está esperándonos en la entrada y nos invita un plato de sandía con un vaso de agua helada. Nos comenta que para él y sus profesores es muy importante recibir ayuda e información de “personas que vienen de afuera, porque traen otra visión distinta a la gente del campo”.
¿Cuál es la visión que tienen las personas rurales sobre la escuela?
La escuela adquiere distintos significados para las personas jóvenes. Es un espacio donde pueden aprender junto a sus pares, socializar con sus amigas y amigos, aprender sobre las relaciones jerárquicas en la constante convivencia con las y los profesores, donde encuentran maneras de sobrellevar o burlar la autoridad. Y también, por supuesto, les otorga la posibilidad de adquirir conocimientos y habilidades formativas. Aunque es central preguntarnos acerca de los significados que la escuela adquiere de manera contextual.
El terreno escolar es grande y cada grupo está haciendo distintas actividades en salones y canchas, un grupo de primero, por ejemplo, se encuentra en clase de español, mientras el otro grupo del mismo grado está en las canchas jugando. Los dos grupos de segundo se encuentran en clase. Mientras que los dos grupos de tercero están ensayando un bailable. Los semblantes cambian entre aquellos que están afuera y quienes se encuentran dentro de las aulas, estos últimos parecen estar cansados, acalorados o aburridos, pese a que no están en el sol como el resto de sus compañeros quienes ríen a carcajadas entre ellos. Los profesores les avisan a los dos segundos y los dos terceros que realizarán una actividad. Las chicas y los chicos que están bailando en la cancha entran a una de las aulas con desgano, mientras que aquellos que estaban en clases, ríen y se emocionan por salir de la rutina. Es por la hora, me dice una de las profesoras, a medio día ya están cansados porque hace mucho calor y las clases no les llaman la atención.
Las y los jóvenes se sientan junto con sus profesores para hacer un diagnóstico sobre qué significa ser joven en su localidad, cuáles son las problemáticas que enfrentan las personas jóvenes y cómo podríamos tomar acción sobre ellas. Los estudiantes de telesecundaria señalaban que la escuela es central para que una persona sea considerada joven. ¿Qué pasa con los que no van a la escuela? -preguntamos con curiosidad, a lo que Nancy respondió: ah, ellos también son jóvenes, pero tienen que trabajar, andan en el campo, en la construcción, las mujeres se huyen (se van con sus novios).
– ¡Quienes tienen más suerte pues se van a otro lugar o al norte! -apuntó Eduardo, a lo que Marco agregó:
-¡No es suerte, es porque tienen más dinero!
La escuela, puede leerse entonces, incluso como un espacio de privilegio y por lo tanto como un marcador de desigualdad, entre jóvenes rurales que viven en municipios de muy alta marginación.
Casandra y Marco remarcaron que lo mejor de la escuela era “estar con los compas”. Muy pocos señalaron que lo más importante en la escuela fuera el estudio, aunque en su mayoría compartían la idea de que:
– A la escuela se va a estudiar, pero ya adentro uno puede hacer otras cosas.
– ¿Qué cosas?- preguntamos.
-Jugar futbol y basquetbol, platicar con las amigas, bailar, grabar tik toks, escuchar música -fueron algunas de las respuestas.
Dos ideas centrales resaltan en la experiencia escolar de estos jóvenes, la primera es que dicha experiencia no se vive de forma homogénea, pues de acuerdo a los recursos familiares algunos jóvenes podrán escolarizarse más que otros. La siguiente es que el aprendizaje pasa a segundo plano en sentido de que, “estar juntos”, adquiere un significado central en la conformación del joven estudiante rural costachiquense. Ello no quiere decir que los conocimientos que se aprenden no sean importantes en su formación, sino que la convivencia es central en su experiencia educativa junto a sus pares.
Para las personas jóvenes que logran ingresar a la telesecundaria, la escuela es importante como parte de su identidad de estudiantes, además de que les otorga algunos privilegios, como permisos para hacer tareas fuera de casa o para participar en actividades extracurriculares. La educación secundaria está ampliamente extendida, pero suele ser el último de nivel de estudios que cursan los jóvenes costachiquenses de acuerdo a los datos del INEGI. Por lo que esta experiencia escolar suele disfrutarse al máximo, sobre todo en compañía de amigas y amigos con quienes generacionalmente comparten códigos, sentido e identidades.
Mientras que en algunos sectores citadinos estudiar es una obligación de las y los jóvenes, en algunos espacios rurales en los que las personas no ganan más que el salario mínimo, la educación suele convertirse en un privilegio. Así, las familias que logran escolarizar a sus hijos un mayor número de años se ven en algunos casos con recelo y en otros con admiración. La educación pública se ha extendido por múltiples rincones de la República Mexicana, pero sigue estando marcada por una profunda desigualdad, sobre todo en las pequeñas localidades habitadas por población indígena y afrodescendiente, como es el caso de la comunidad aquí enunciada.
Llama la atención que para muchos jóvenes la escuela es importante como presente pero no necesariamente a futuro, pues consideran que mucha gente que estudia:
-No tiene trabajo, gana mal, o acaba migrando.
En este sentido, existen familias que prefieren que sus hijas e hijos migren o aprendan un oficio, pues eso implica un ingreso a corto plazo. Otra de las cuestiones que es central es que, contrario a otros espacios, he observado, al menos en un par de municipios costachiquenses, que las y los jóvenes son tomados en cuenta en la decisión de ser o no enviados a la escuela. Es decir, las familias acuerdan con sus hijos quiénes desean seguir estudiando y quiénes prefieren trabajar sin que haya recriminación hacía los jóvenes que deciden abandonar la escuela. Algunos no tienen los suficientes recursos y solo les queda la opción de trabajar. Mientras que, en algunas familias de migrantes, la escuela ha adquirido un papel central “para ser alguien en la vida”.
-¿Pero quién eres si solo es un papel? -Preguntaba Juana, una madre de 7 hijos que solo estudiaron al bachillerato.
-Ser buena persona, ayudar a tu familia, trabajar, eso te hace ser alguien…
No existe debate entre quienes prefieren escolarizar a su descendencia y quienes deciden no hacerlo, porque ambas lógicas tienen un principio central: Que los jóvenes tengan futuro. Y hoy en día ni la escuela ni el trabajo son garantía de certezas en la trayectoria de vida como consecuencia de la flexibilización del mundo laboral y lo poco conectada que está la educación con las necesidades de muchas comunidades rurales. Hecho que implica un reto presente para garantizar mejores futuros.