Pedagogía y Moral del Docente en el Siglo XXI Dra. Guadalupe Barradas Guevara “La utopía orientadora que debe guiar nuestros pasos consiste en lograr que el mundo converja hacia un mayor entendimiento mutuo, hacia un mayor sentido de la responsabilidad y hacia una mayor solidaridad, sobre la base de la aceptación de nuestras diferencias espirituales y culturales. La educación tiene un papel muy concreto que desempeñar en la realización de esta tarea universal: ayudar a comprender el mundo y a comprender a los demás, para comprenderse mejor a sí mismo (…) “La educación encierra un tesoro” (UNESCO, 1997, pp.14 y 47). Partir de la hipótesis de que “El maestro es un agente moral”, implica una pregunta acerca de lo que es ser maestro, misma que nos lleva a la revisión del concepto de auto didactismo como forma de la autoconciencia pedagógica. Es decir, el maestro es el que se educa a sí mismo para poder educar a los otros. Por otra parte, frente al contexto internacional y nacional que define la política educativa y para los fines de este artículo surgen preguntas, que aunque tratan de dar respuesta a una problemática de carácter epistémico, siempre se obtienen más preguntas acerca del ser docente y su influencia en el proceso educativo. Como todos sabemos, a través de la historia de la educación hemos encontrado grandes maestros como Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Comenio, Montaigne, Rousseau, Froebel, Pestalozzi, Montessori, Gabriela Mistral, entre otros más, que llevan siempre consigo valores trascendentes y a los que la educación reconoce una fuerza de acción permanente, tendiendo a la expansión. Cuando estudiamos y profundizamos acerca de la preparación, entrega, compromiso y carácter de estas personalidades, en muchas ocasiones nos dejamos seducir, desde los libros, por los valores compartidos y demostrados. Dejando abierto un camino en el reino de los mismos. Existiendo, de esta forma, la posibilidad de que seamos cooptados por el ser de los grandes hombres o mujeres que desempeñan cualidades que nos gustaría tener. Si ampliamos suficientemente este sentido de modelo, podríamos decir que en cualquier ámbito podría existir, en cualquier persona, un educador, es decir, un individuo que a través de sus virtudes o defectos pudiera influir en los demás, ya sea para bien o para mal, lo cual puede causar una influencia sobre el medio que lo rodea y sobre la posteridad. Nuestro ser, nuestros propios hechos, son los que nos determinan, siendo éstos, consecuencia de la relación del pasado, del presente y de todo lo que nos rodea. Como dice Fullat (1984), los hombres existimos desde la seguridad y la certidumbre tanto al pensar como al actuar y esta confianza, en nuestros pensamientos y en nuestros actos, nos facilita la faena de vivir. Partiendo de lo anterior, podríamos decir que los docentes de hoy no pueden ser los maestros de ayer porque los hechos, la preparación y los valores han cambiado. Vivimos tiempos difíciles, en donde el pensamiento tecnológico, el desarrollo científico, las reformas políticas y la economía empresarial determinan los principios y valores de mercado que imponen precio a todo y que al tasar los valores, el “tener” desplaza al “ser” a través del consumismo y la pérdida de la identidad cultural y profesional. Actualmente en México y en el mundo, la economía determina el proyecto educativo y con ello el papel del maestro, porque ahora, ya no podemos hablar de la figura romántica del profesor como se tenía concebida en el pasado y mucho menos podemos hablar de nuestros líderes educativos como José Vasconcelos, Justo Sierra, Jaime Torres Bodet o Enrique González Martínez, sin tratar de demeritar a los docentes o líderes políticos del presente. Rugarcía dice que: “la docencia en México, como en muchos otros lugares del mundo, está como muerta. Nuestra pedagogía ha hecho de la función magistral una actividad intrascendente. Se enseña para la erudición y no para la formación humana; se aprende pero no se comprende, se vive pero no se ha revisado en función de qué; se resuelve pero buscando la imitación de rutinas no entendidas cabalmente; se decide pero sin tener presente las consecuencias de esa decisión en los demás” (2013). Vivimos tiempos de un analfabetismo moral que lentamente va extendiéndose en las capas más jóvenes e indefensas de la sociedad, por lo que la respuesta del mundo de la educación no puede ser el silencio conformista, sino la promoción de lo valioso, a la altura de la dignidad del ser humano. Además de esto, en México, son muchas las tensiones que envuelven la tarea del ser docente, desde las propias confrontaciones sociales y la devaluación de su práctica, hasta la contradicción permanente en la que vive por la naturaleza de su trabajo. Latapí (2002), señala que la profesión del maestro de educación básica y también el de medio superior y superior, tienen muchos rasgos oscuros, como el sueldo escaso, las condiciones poco estimulantes, la pobreza de los alumnos que les dificulta aprender, la ignorancia o indiferencia, a veces de los padres o de las autoridades, así como la competencia descorazonadora a la que se enfrenta el docente al rivalizar con las nuevas tecnologías, para conquistar el interés de los alumnos. A este lado oscuro de la profesión docente se debe añadir la corrupción en el medio magisterial. Pero, también existe la otra cara de la moneda, termina diciendo Latapí, rasgos que se inscriben en el lado luminoso y se descubren cuando se logran trascender las pequeñas miserias de la cotidianidad y recuperar lo esencial, lo que alguna vez fue atractivo, lo que se conoce como vocación: el amor y el deseo de ayudar a los niños, a los jóvenes para abrir sus inteligencias, para acompañarlos en su proceso para llegar a ser hombres y mujeres de bien, lo cual se encuentra en el ámbito moral de cada uno. La docencia, entonces, es una actividad social con dimensiones intelectuales y morales, como apunta Hansen (2002), relativas al conocimiento, comprensión y crecimiento emergente de las personas, de acuerdo