Cómo se habita el Territorio Digital


JuvenilES

Por Hugo César Moreno Hernández

Decía en la entrega anterior que el territorio tiene una fuerte relación con la experiencia al sostener su, digamos, realidad fáctica, en los relatos, en las narrativas. En ese sentido, si podemos aislar un tipo de experiencia como experiencia juvenil, diferente a la experiencia escolar, entonces también podemos aislar los territorios según sean habitados por los sujetos específicos, en el caso de la escuela, por los jóvenes estudiantes o por los adultos que los supervisan y forman, descubriendo ahí otra tensión que puede llevar al conflicto.

Descubrir y crear intersticios promueve socavar la funcionalidad especifica de un espacio, como, digamos, el baño o esa zona del patio donde un árbol entorpece la mirada del adulto supervisor o modificar el uniforme y ocultarlo con otra prenda no modificada para, después, portar el cuerpo en el patio mostrando cómo se ha adquirido cierta autonomía a través de la argucia, juegos tácticos, micropolíticas, ironías y burlas con las cuales los jóvenes estudiantes se disputan los territorios.

Pero aparece un nuevo territorio, muy nuevo respecto a los otros, aunque el cuerpo de los jóvenes puede tener la misma calidad de novedad que el territorio digital, sin embargo, para los adultos, el cuerpo juvenil está ahí para ser gestionado de manera anatomopolítica, no es nuevo para ello, han pasado varias cohortes y, en su mayoría, se parecen. Cambian peinados, modificaciones de los uniformes, lenguajes y discursos, pero son iguales en su sentido operativo: hay que formarlos. Esa pulsión está generalizada entre los profesionales de la educación básica, y se robustece en la escuela secundaria (donde se educa a jóvenes de 12 a 15 años). La secundaria es formativa, repiten como mantra.

Y entonces apareció ese otro territorio que los muchachos podían llevar en el bolsillo. Es importante comprender que este territorio interfiere con el territorio escolar de manera diferenciada según clase, situación geográfica, procesos de etnización o racialización, porque los primeros teléfonos inteligentes, ese dispositivo que amplificó el territorio digital y permitió su intromisión en el cuerpo y el espacio físico, se masificó poco a poco y a un ritmo marcado por la desigualdad, si tomamos en cuenta que para el 2021, en México, en las zonas rurales sólo el 56.5% de la población era usuaria de internet, mientras que en las zonas urbanas el porcentaje era de 81.6%, así, no es de extrañar que en escuelas privadas el uso de los dispositivos electrónicos se plegarán más rápido al proceso de enseñanza y aprendizaje, mientras que en las escuelas públicas los reglamentos incluían en sus prohibiciones el uso del celular, por ello, cabe la pregunta ¿Cómo se habita el territorio digital según cada contexto? Por supuesto, decir que de manera desigual y diferenciada es una verdad de Perogrullo, y aquí no hay espacio para responderla a cabalidad, pero sirve para decir que, de una u otra forma, los jóvenes estudiantes habitan el territorio digital y, al hacerlo, producen otro tipo de tensiones y conflictos.

En principio, como nativos, el territorio digital se relata en contradicción con el uso programado, formativo y especializado, lo que orienta al habitante usuario. Como alguna vez me dijo una profesora de secundaria: “Yo no sé por qué les dicen nativos digitales si no saben usar bien Excel o Word”. Creo que es elocuente esto cuando distingo entre nativos y usuarios, los primeros no habitan el territorio digital para trabajar, sino para jugar, mientras los segundos entramos al mundo digital para solucionar necesidades laborales, lo que no implica que hayamos aprendido a jugar. Sin embargo, en esas diferencias se tejen las tensiones territoriales entre la socialización y la socialidad.

Autor: Hugo César Moreno Hernández
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