Lo nuevo de la nueva normalidad

Lo nuevo de la nueva normalidad

Dr. Tomás Atonal Gutiérrez

La noción de “nueva normalidad” es difusa, por lo que este esfuerzo por ubicar algunas concepciones para situarnos en la realidad o nueva realidad es importante. En ese sentido, es fundamental aclarar el concepto de normalidad. Según la Real Academia Española, normalidad significa cualidad o condición de normal; por lo que la nueva normalidad como expresión común ahora en pleno proceso de la pandemia provocada por el covid-19, y de la que se hablará de ahora en adelante, más como una condición social, psicológica, económica y de salud, adquiere una entidad social.

Para aclarar el concepto en el contexto actual, apoyaremos la reflexión inicialmente en una postura filosófica.

Romero (1950) sostiene que la categoría “normalidad” designa ante todo, un télos axiológicamente articulado que determina una suerte de proyecto o modelo disciplinar deseable o impuesto, llamado a regir el desarrollo de la sociedad. Tal categoría como sustantivo abstracto, en su proceso de establecimiento tiende a designar un estado de la filosofía (“ser normal”), provocando la “normalización”, misma que refiere más bien a un proceso que indica los mecanismos por los que algo puede o debe transformarse (“se vuelve normal”). De esta manera, “normalización” conserva una carga semántica cercana a la idea de “normativización”; esto es, a la idea de someter a normas de regular y controlar aquello que se vuelve objeto de la “normalización”, entendiendo a este proceso como la aceptación de normas y acuerdos para ser y actuar.

En sentido denominativo, la nueva normalidad, se acepta como un conjunto de acciones y nuevos comportamientos que encumbrarán todos los quehaceres humanos como resultado de la pandemia. De facto, el concepto adquiere  identidad social, el cual se ha impuesto como producto de una serie de medidas sanitarias con las que las personas deben vivir de ahora en adelante. Dichos comportamientos resultan de una condición que crea otra, que socialmente cuesta aceptarla y adaptarse a ella. Especialmente porque la pandemia como primera condición no se esperaba, y porque generó una segunda, resultado forzado para protegerse de la primera. Dichas conductas se exteriorizan como representaciones, imaginarios y expectativas colectivas que ingresan en la trama social del lenguaje, en la vida y en la simbología de la sociedad, pretendiendo crear hábitos, los cuales en este momento representan un choque feroz entre las costumbres tradicionales y las nuevas en el comportamiento social, y que intentan fijar una nueva entidad social. Entidad que debe interactuar y conducirse de forma diferente a lo acostumbrado, determinando sus relaciones por medio del distanciamiento social de unos a otros, de una familias a otras, para protegerse y proteger a los demás, promoviendo el distanciamiento físico como medida preventiva para evitar mayores contagios. 

El término “distanciamiento social” implica una sensación de desconexión de los seres humanos, y en un momento en que estar físicamente aislado de los demás puede afectar la salud mental. Sobre este tema la Organización Mundial de la Salud (OMS) subraya y precisa cuán importante es que las personas se mantengan socialmente conectadas, por lo que prefiere llamarle distanciamiento físico, al respecto, Maria Van Kerkhove, epidemióloga de enfermedades infecciosas, aclaró la postura. Hemos llamado ‘distanciamiento físico’, porque es importante permanecer físicamente separados pero socialmente conectados, y agregó que las personas deben cuidar su salud mental y la de sus seres queridos durante la pandemia (20/03/2020), “No hay confinamiento de la risa, no hay confinamiento para hablar con la familia y encontrar formas de conectarse”. Sin embargo, las dos formas de distanciamiento, el social y el físico, ya habían habitado nuestra sociedad.

Para ilustrar lo anterior, baste recordar parte de la historia política y económica del país. Los problemas económicos generados en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, entre ellos la privatización de empresas, la poca participación del estado en el proceso económico, la reducción del gasto público en los renglones sociales, la contención salarial, devaluaciones del peso mexicano, crisis económicas, incapacidad económica para abrir plazas laborales, entre otros problemas, generaron desempleo, pobreza, marginación y extrema desigualdad de ingresos entre ricos y pobres. La dinámica de la pobreza en el país durante las décadas de políticas neoliberales es tan insatisfactoria como la desigualdad de ingresos. A diferencia de la tendencia mundial, la pobreza por ingresos en México hasta el año 2016 es tan alta en porcentaje (53%) como lo fue hace 24 años, pero equivalente a 20 millones más de personas en esta situación. En particular, desde el 2006 a la fecha, es decir, en los sexenios de Calderón y de Peña, la pobreza por ingresos ha venido en constante aumento (Jaramillo, 2011).

Las condiciones anteriores dieron pauta a la pauperización en muchos sentidos, especialmente en rubros de salud y educación, en salud las evidencias mostradas en las primeras conferencias del Gobierno Federal expusieron que la pandemia encontró caldo de cultivo en los mexicanos por padecer especialmente enfermedades como: diabetes, obesidad, hipertensión y malestares del corazón, como factores que incrementan el riesgo de complicaciones por el COVID-19. Esta condición es más grave en la población de menores ingresos, de manera especial, en la población rural e indígena.

En el tema de educación, el promedio de escolaridad es de 9.1 % en la población de más de 15 años (INEGI, 2015). Aun cuando el nivel de estudios se ha incrementado en los últimos años, este factor no ha sido suficiente para dar credibilidad al mortal virus por parte de la sociedad.   

Lo anterior, es parte de los motivos que originaron el distanciamiento social y físico, pues ante estos escenarios muchas familias se han desintegrado, de forma tal que las necesidades económicas han orillado a que padres y madres de familia, y en algunos casos los hijos también contribuyan a la manutención de los integrantes, dejando a los descendientes en guarderías, escuelas, con familiares o solos en casa. Aunado a esto, están los fallecimientos provocados por la pandemia, de los cuales muchos fueron los padres de familia.

 Por lo que el distanciamiento había hecho acto de presencia. Lo que muestra la pandemia es aquello que era evidente, pero que negábamos reconocer como problema social, económico, educativo y de salud.

Al mismo tiempo, en las últimas dos décadas el desarrollo tecnológico y sus consecuencias se ha hecho notar, incrementando la desigualdad en los actuales escenarios del país, donde el hombre se ha orientado a un “viaje de no retorno”, en el que todas sus actividades, incluyendo las propias relaciones sociales se encuentran mediadas por la tecnología, ocasionando que la brecha social aumente y que el acceso a los reales recursos, no solo de tipo informacional, sino también económicos, educativos y de salud sea una causa real y evidente del distanciamiento entre unos y otros. Este hecho imposibilita desarrollar relaciones humanas confiables y a un mismo nivel entre las personas, incluso en un mismo hogar. Los “años luz” de ventaja que llevan los más favorecidos respecto de los que no lo son, parece convertirse en una constante, pues no se ven alternativas para impedir que este distanciamiento aumente. Como resultado de estas desiguales acciones, es dramático observar cómo en momentos vitales para una familia, como comer, reunirse para conversar, para tratar temas importantes o simplemente para acompañarse, lo que media y altera toda relación es el celular o algún otro aditamento tecnológico. Por lo que distanciamiento social y físico adquirieron legitimidad entre la sociedad.

La aceptación de la nueva normalidad como condición social impuesta por las recomendaciones sanitarias, nos muestra tres grupos con sus respectivos niveles de asentimiento, el primero que admite de forma consciente la serie de restricciones sanitarias; el segundo, que lo acepta por imposición; el tercero, incluye a los que no reconocen la existencia del virus causante de la pandemia, y los que reconociéndolo asumen tal indiferencia al mismo tiempo que su conducta beligerante los pone en riesgo y a los que conviven con ellos. Estas condiciones en su conjunto son parte de la normalidad, pues aunque los integrantes del segundo y tercer grupo hayan notado la gran cantidad de defunciones, tal hecho no generó transformaciones en sus comportamientos, lo contingente no ocurrió. Mientras que los del primer grupo, en su aceptación normativa modifican sus comportamientos personales, familiares y sociales, se protegen y protegen a los demás.

Aunque la pandemia provocada por el coronavirus es un hecho científicamente taxativo, la credibilidad dependió más del nivel de afectación personal y familiar,  que del nivel académico de las personas y de una acción que socialmente protegiera a la población. Por lo que la “nueva normalidad” está mostrando sus cualidades, estas son intensidad y extensión para los crédulos; desdén e insensibilidad para los incrédulos; las primeras cualidades dependieron del conocimiento, la condición de alarma y prevención de los que experimentaron cercana o lejanamente el problema, y actuaron en consecuencia; las segundas cualidades involucraron a las personas que no creyeron en la pandemia, no les afectó, o si ocurrió, menospreciaron sus efectos y alcances, al grado de convertirse en portadores y multiplicadores de la enfermedad.

En tal sentido, el uso del concepto nueva normalidad es prescriptivo, pues el mensaje que debe entenderse es para guiar o regular el comportamiento de sus receptores. La normalidad va originando lo que podríamos denominar una opinión pública especializada por los expertos de la salud, que obra y obrará cada vez más, y según los casos, como impulso y como freno, esto es, como una vaga e indeterminada sanción continua sobre los comportamientos sociales. Bajo esta proposición, el sentido es reduccionista, situación errónea, porque como se ha mencionado, normalidad, normativización, normalización y distanciamiento, son elementos cuyos antecedentes van acompañados de un contexto nada favorecedor para las clases sociales, especialmente para las más necesitadas, pero como se citó anteriormente, adquirió legitimidad y como tal quedó establecida, aun cuando algunos reconozcan la desigualdad en su sentido práctico, pero nada se haga para cambiarla.

La legitimidad sobre el distanciamiento social dependió más del nivel de racionalización de las personas sobre los efectos de la pandemia, que de la posición política, económica y educativa de la sociedad.

Como se observa, la pandemia logró escindir el fondo de la forma. Es decir, la consciencia sobre los efectos y consecuencias depende más de la aceptación de la existencia del virus, que de las recomendaciones de las instituciones de salud y lo que el gobierno pudo exhortar como medidas de higiene a la sociedad.

En suma, el concepto de nueva normalidad, nombre dado a la nueva situación que estamos viviendo como resultado y consecuencia de la pandemia epidemiológica, pretende ostentar algún tipo de definición, pero aún no lo alcanza un contenido propio, por lo que su función catacrética en estos momentos fundamentada como medida de salud es el único fundamento, retórico en su entender, pero operado por la racionalidad de la sociedad.

Para finalizar, la nueva normalidad debe ser una categoría legitimada como práctica social, independientemente de credibilidad de la existencia de la epidemia del COVID-19, pues los efectos científicamente comprobados han dejado muchas defunciones, hogares incompletos, problemas sociales y económicos. Se debe considerar lo que vino a develar con sus efectos, el estado de salud de los mexicanos y las pobres condiciones para enfrentar una pandemia de esta magnitud; si se considera la condición prioritaria de salud estaremos ubicándonos en otra dimensión, pues seremos capaces de adoptar una cultura donde la higiene se convierta en un arma poderosa para mantenernos sanos. En cuanto al distanciamiento, debe entenderse en su cabal dimensión, es física, no emocional, mental, ni psicológica; la familiaridad, la compañía y el afecto por los demás no debe condicionarse por un concepto mal entendido.

Referencias bibliográficas

Cordis, Resultados de Investigaciones de la UE (2020). Tendencias científicas: Dejar de lado el distanciamiento social; es hora del distanciamiento físico. 9 de abril

Donnantuoni Moratto, M.La categoría de “normalidad filosófica” en Francisco Romero y su dimensión histórica, (2016). Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana, v. 33, P. 93-115

Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Encuesta Intercensal 2015. 

Máximo Ernesto Jaramillo Molina,diciembre 11, (2018),  Lo que el neoliberalismo nos dejó. México.

Tomás Atonal Gutiérrez

• Licenciatura en Educación Física. Escuela de Educación Física “Revolución Mexicana”, Tlax. 1997- • Maestría en Administra Educativa. Por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. 2001 • Diplomado en Investigación Educativa. Por la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 291. Apetatitlán, Tlax., 2004. • Especialización: Planeación, Desarrollo y Evaluación de la Práctica Docente. Lugar: Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 291. Apetatitlán, Tlax.. 2005 • Doctorado en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Generación 2009. • Diplomado en “Modelo Humanista Integrador Basado en Competencias”, generación 2013. Por la Universidad Autónoma de Tlaxcala.2013 Línea de investigación: • Etnografía en educación superior, filosofía de la educación y política educativa. • Integrante del equipo de rediseño de planes y programas de Licenciatura y Posgrado de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, de 2012 a la fecha • Integrante del Cuerpo Académico: Gestión y Política Educativa. de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Integrante del Comité Académico de Validación de Reactivos para el Examen de Conocimientos y Habilidades para la Práctica Profesional por la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente y CENEVAL

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