Por Hugo César Moreno Hernández
Qué tanto interfiere el territorio digital en la operación del dispositivo escolar. Quizá primero deberíamos preguntarnos a qué responde en la socialización del sujeto contemporáneo, es decir, qué tan trabajador y cívico es necesario que sea. El dispositivo escolar, tal y como hoy podemos identificarlo (recuérdese que no se trata de la escuela en sí, sino de todos los elementos que le constituyes: desde las leyes, reglamentos y orientaciones pedagógicas hasta las situaciones físicas y enclaves contextuales) mantiene los contornos y límites que le dieron origen hace casi dos siglos, más o menos.
En su operación no ha cambiado mucho porque ha sido exitoso en funcionamiento y resultados (que poco tienen que ver con la idea de la educación como herramienta político-social para promover la movilidad social), es decir, como productor de subjetividades. Sin embargo, como han probado sociólogos como Bauman y filósofos como Byung-Chul Han, la sociedad actual, bajo el influjo de un capitalismo de consumo, precisa de sujetos más dúctiles, más líquidos, menos anclados en los valores de la ética protestante weberiana. Consumidores y no productores.
En ese sentido, el dispositivo escolar está en crisis respecto a las subjetividades que busca proporcionar al sistema social. En eso no ha cambiado a pesar de que se promueven procesos formativos destinados a dotar a los sujetos de ansias emprendedoras, si funciona para algunos, es por la procedencia de clase y las relaciones de clase, no necesariamente por los procesos de enseñanza aprendizaje.
Pero la realidad del mundo fuera de la escuela exige otras habilidades que le interfieren, no la cancelan, pero sí la movilizan para obligarla a mirar hacia afuera. El territorio digital tiene esa capacidad de movilización. En qué medida desestabiliza al dispositivo escolar, es complejo describirlo, pero es claro que dicha desestabilización no ha transformado radicalmente al dispositivo escolar, éste tiene en sí herramientas de captura muy potentes porque, en principio, funciona para mucho más de lo que se supone, que es la formación cívica y técnica. Eso sería lo esencial, pero no es su principal resultado, el cual ofrece resultados no esperados, como el fenómeno de la juventud y los procesos sociales que de éste se desprenden.
El territorio digital, al ser habitado en un tiempo que logra paralelismo con los tiempos destinados a procesos que exigen concentración, abre otras posibilidades intersticiales, amplifica líneas de contacto que producen otras formas de relaciones sociales, genera nuevas tensiones que pueden llevar a conflictos donde las formas de gestionarlos exigen innovar en tiempo real, lo que apremia y genera escaladas innecesarias, lo cual es comprensible en la medida que los jóvenes están creando y aprendiendo constantemente y los adultos reaccionando a lo que los jóvenes están produciendo con pocas habilidades para orientar sus tiempos en paralelismos.
Pensemos en dos o tres o cuatro tiempos que transcurren al unísono: la clase, la lección, la interacción con compañeros y profesores, el time line de Facebook o Instagram, la conversación en WhatsApp o Telegram, la transmisión por twich o TikTok, todo sucede al mismo momento pero signa tiempos distintos, experiencias que se difieren según la plataforma, la clase y el momento del día. Los jóvenes estudiantes desarrollan habilidades para moverse en esos tiempos paralelos, la mayoría de los adultos, no.