Nombre del autor:Hugo César Moreno Hernández

Socialidad (paréntesis)

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández ¿Qué es la socialidad? ¿En qué se diferencia de la sociabilidad? ¿Se opone a la socialización? ¿sólo sucede en la escuela? Estas preguntas son pertinentes para ofrecer una buena orientación sobre el término socialidad, así como su capacidad explicativa cuando observamos el fenómeno de las juventudes. En ese sentido, esta entrega es un paréntesis antes de continuar con el recorrido sobre los territorios habitados en el dispositivo escolar, pues la socialidad es central para comprender las maneras de habitar los intersticios. Así pues, la socialidad define el estar juntos como un proceso de intercambio de saberes realizado de manera horizontal, así como la aceptación, por parte del colectivo que ha compartido saberes, de reglas para estar y mantenerse juntos. Cuando digo reglas estoy pensando en la distinción que hace Jean Baudrillard para comprender el funcionamiento del juego: en el juego no hay ley, hay reglas que le dan sentido al juego, no seguirlas por parte de los jugadores significa acabar con el juego. De esta manera, la socialidad, como proceso horizontal, precisa de la sociabilidad de los sujetos, pero va mucho más allá, si entendemos por sociabilidad la cualidad de ser sociable y si asumimos la doxa del ser sociable como aquel que logra sociabilizar fácilmente con los demás. No es el caso de la socialidad, pues si bien exige que los pares sean sociables entre sí, la relación en el estar juntos pasa por compartir sus saberes a través de los cuales formulan reglas en sentido ético, estético y lingüístico. Es decir, producen sus propios valores, los cuales, muchas veces, pero no necesariamente, se oponen a los valores generales que busca transmitir el dispositivo escolar, aquellos a través de los cuales produce sujetos cívica y técnicamente dotados. Ahora bien, la socialidad no sólo sucede entre jóvenes y en la escuela. Es un proceso, como explica Michel Maffesoli, autor de donde tomamos el término, resultado de la viscosidad del estar juntos, de la cotidianidad del estar juntos y experimentar la vida estando juntos. Pero la escuela es un espacio donde, debido a cómo se habitan los espacios a través de disputas, la socialidad se expresa claramente según su relación con el proceso de socialización. La socialización es el proceso de formación de sujetos dotados de habilidades cívicas y técnicas, insisto, la socialización promueve al buen ciudadano trabajador a través de ejercicios de poder verticales, de arriba hacia abajo. La socialización es la imposición de arbitrarios culturales, es el ejercicio de la violencia simbólica teorizada por Pierre Bourdieu, pero no es una violencia tácita. Es la producción de un habitus, para seguir con Bourdieu. En ese sentido, es la interiorización de las estructuras sociales que orientarán las prácticas sociales del sujeto. Como violencia, y esto siempre se presta a equívocos, es impositiva, pero sin su ejercicio no hay socialización, es decir, subjetivación, dicho de otro modo, sujeto. La socialización se logra a través del trabajo de diversos dispositivos (familia, escuela, iglesia, trabajos, etcétera) y no siempre están en consonancia, por ello, el dispositivo escolar, sobre todo cuando se masifica, se opone a los procesos de socialización familiares, para implantar los valores generales. Por su parte, la socialidad es horizontal y sucede al momento de estar juntos y compartir saberes que no son apreciados por el dispositivo escolar y tampoco por otros dispositivos, pero logran compartirse en ese estar juntos. Así pues, la calle también es un territorio donde la socialidad permita la coagulación de agregaciones juveniles, donde se pueden encontrar también los jóvenes estudiantes.

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El Territorio Escolar

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Como se observó en la anterior entrega, podemos identificar dos territorios que forman parte de la trama que teje al dispositivo escolar: el espacio físico y el cuerpo. La escuela, en sentido lato, tiene evidencia en el inmueble habitado por los cuerpos dispuestos según las funciones cumplidas en su interior. Pero no es necesario el inmueble con un enorme letrero donde avise su vocación, ahí donde los cuerpos estén dispuestos según nociones pedagógicas, mandatos estatales y se busque formar a los sujetos cívica y técnicamente, habrá escuela y, así mismo, el espacio ocupado le dará consistencia práctica. Con esto quiero decir que la noción de escuela, escolaridad, escolarización y todo aquello que busque mensurar su densidad en términos demográficos son líneas o series que conforman al dispositivo escolar. Sin embargo, en este recorrido, me interesa centrarme en la manera en que se habitan los territorios y cómo esto fomenta experiencias subjetivas y sociales distintas, observando cómo los territorios y sus relaciones configuran las problemáticas más interesantes para analizar en el complejo tejido del dispositivo escolar. El espacio físico de la escuela se habita según la función, creo que esto está claro. En cuanto al cuerpo, la función también es trascendental para ubicar a los sujetos dentro de la escuela. Esto significa que la función cuadricula los territorios para consolidar una especie de mapa desde donde se configuran los movimientos de los cuerpos. Hay espacios cerrados para unos, hay sujetos que tienen casi todos los espacios abiertos, hay espacios que se pueden circular libremente sólo durante algunos momentos, hay sujetos que circulan por todo el espacio con la función vigilante y hay vigilancia constante. Por ejemplo, los baños se habitan según género y edad, pero hay sujetos que pueden irrumpir en ellos para cumplir su función de vigilancia. Cabe destacar que la función de vigilancia no sólo busca mantener la disciplina, sino también proteger a los sujetos bajo supervisión. En un modelo idílico del espacio escolar, cada rincón de la escuela estaría iluminado, evitando escondrijos donde podría ocultarse a la benévola y vigilante mirada de los supervisores. Sin embargo, como sucede con todo espacio físico, siempre existirán lugares donde la mirada vigilante no pueda penetrar. Se estará alerta sobre la posibilidad de que sean habitados y se desalojarán cuando se habiten. Y como en todo espacio social, siempre será posible crear lugares para evitar la mirada vigilante. Retomando a Frederic Thrasher, se entiende por estos espacios como intersticios: grietas, recovecos, esquinas oscuras, rincones escondidos, lugares ensombrecidos a determinadas horas, la mirada del profesor sobre el pizarrón, el libro o la lista de asistencia. Cada espacio fuera de la acción panóptica devendrá en un territorio dentro de la escuela para ser habitado y ahí se pondrán en suspenso las lecciones, las reglas, las miradas reprobatorias y la verticalidad del poder de socialización ejercido por los sujetos al mando. Las relaciones en estos territorios se expresan con la dureza de la relación de poder vertical entre profesores y estudiantes, entre directivos y estudiantes, personal administrativo y estudiantes, personal policial y estudiantes. Cada relación implica distintas formas de gestionarse, pero la constante es una relación de poder vertical entre adultos y niños o jóvenes. Así, la posibilidad de los estudiantes (niños o jóvenes) para habitar los intersticios del territorio escolar, implica siempre una disputa con los adultos.

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Territorios habitados

JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández El dispositivo escolar se compone de varias series de tramas que se entrelazan para darle forma. Series de prácticas, series de relaciones, series de nociones, diversas series, entendiendo por serie el conjunto de prácticas, relaciones, nociones, etcétera, que se suceden unas a otras, trenzadas entre sí. Entre esas series, los territorios son producidos según prácticas, relaciones entre los sujetos, nociones sobre la educación y la formación de los sujetos, etcétera. En ese sentido, para comprender cómo el tramado tejido por las diversas series, que dan forma al dispositivo escolar, produce los territorios donde los sujetos experimentan los efectos del funcionamiento del dispositivo, es necesario analizar dichas series. Pensando, como lo hizo Gilles Deleuze, que el dispositivo es una madeja compuesta por líneas, es posible comprender mejor la idea de serie y la manera en que cada serie se relaciona en sí misma y con las otras para formar un tapiz inteligible. Así, y no sólo para el dispositivo escolar, las series emergen con claridad cuando se definen sus elementos, se identifican sus límites, es decir, que línea o serie pasa por debajo, por arriba o entre, viaja de manera horizontal, vertical o transversal, según acontecen relaciones específicas, momentáneas, normalizadoras o generales. De esta manera, cada línea o serie tiene sus propias reglas y herramientas para regularse con el fin de cumplir su función con relación a las distintas series que dibujan los contornos del dispositivo. Los territorios son series de prácticas, relaciones y nociones (por mencionar unas pocas series o líneas) con los cuales se establecen los espacios, sus disposiciones, las necesidades de luminosidad, o dicho al contrario, el afán por evitar las oscuridades que permitan escondrijos y la producción de espacios sin vigilancia. Recuérdese que el espacio escuela tiene relación arquitectónica con la cárcel y el taller según un principio panóptico. El espacio físico es el primer territorio donde se expresan funciones pedagógicas, anatomopolíticas, disciplinarias, de vigilancia y relación entre los cuerpos. Los cuerpos encarnan el segundo territorio. Los cuerpos habitan el espacio y los sujetos los cuerpos y dependiendo de la posición de los sujetos los cuerpos estarán dispuestos en el espacio. Al frente el maestro, profesor, docente, coordinador, guía o como se le quiera llamar según las nociones pedagógicas imperantes. No importa, este sujeto siempre estará en una posición de poder donde el poder se ejerce verticalmente, ya sea cordial o autoritario, su ejercicio es vertical. Otros sujetos estarán deambulando para evitar que se habiten las sombras, pero dejándose ver, pues la capacidad para ejercer su poder de vigilancia está en dejar sentir su presencia. Otros, los menos, estarán a la sombra, tras los escritorios y los reglamentos, vigilando a todos los sujetos: vigilantes y profesores (según sus variantes modélicas). La mayoría de los sujetos, los alumnos, estudiantes, educandos o como sea que se les llame según el modelo pedagógico, están dispuestos de manera que la mirada sea constante y se aprecie, sin remilgos, su capacidad para estar quietos, a fin de no enturbiar el proceso de enseñanza-aprendizajes. El nivel de quietud estará definido por las teorías pedagógicas activas en ese momento. Se evalúa, también, que estén atentos y, sobre todo, que sean obedientes a las indicaciones de sus maestros. Tenemos así dos series de territorios que se habitan de maneras distintas según la relación pedagógica y de trabajo: cuerpo y espacio físico.

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Juventud en plural

Juventud en plural

Para muchos investigadores con enfoque sociocultural, la escuela es un referente fundamental para comprender el fenómeno de la juventud, pues en las relaciones entre pares, en lo que hemos llamado socialidad, los sujetos comparten saberes propios, negados por la institución, deseos, intereses y experiencias vividas fuera del foco de la supervisión adulta.

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