Si la escuela es opresiva ¿Debería desaparecer?
JuvenilES Por Hugo César Moreno Hernández Para un muchacho de secundaria, el tiempo de una clase puede llegar a ser abrumador. Quizá le importa poco lo que el profesor explica al frente y espera que mire al pizarrón para lanzar una mirada cómplice a uno de sus compañeros. El otro entiende el gesto. Espera a que el instigador pida permiso para ir al baño. Espera un poco más y hace lo mismo. Se encuentran en el baño y planean alguna travesura. Saben que deben regresar al aula antes de que termine la clase para no encontrar al profesor en el patio, lo que podría resultar en un regaño o algo peor. Ya tienen planeado qué hacer durante el receso. Otros compañeros ya tenían decidido jugar futbol contra los compañeros de otro grupo. Algunos otros se reunirán tras el edificio más escondido para platicar y fumar algunos cigarrillos. Los chicos traviesos ya han identificado a su víctima, le harán una broma pesada sólo porque les cae mal, porque es muy ñoño y no se junta con nadie. Durante el partido alguna entrada llegara a aventones y la sentencia de pelea afuera de la escuela, en el estacionamiento de una tienda de conveniencia o en algún terreno baldío cerca del plantel. Algunas muchachas se congregarán en el baño para platicar, buscando el espacio más íntimo de la escuela, otras escucharán música desde el celular. Muchos y muchas estarán viendo contenidos en TikTok o Instagram, o se enviaran mensajes, imágenes, audios o videos por WhatsApp. Tras el receso, lo ocurrido en el patio y otros espacios será tema de conversación, la profesor o profesora le costará conminar al silencio para dar su clase, la cual se sentirá abrumadora a los pocos minutos y los más audaces tratarán de evadirse buscando quedar impunes por la transgresión. Al final del día, muchos y muchas irán tras los oponentes que dirimirán la afrenta con los puños, otros correrán a casa para enterarse por mensajes o a jugar algún videojuego, pocos tendrán la ilusión de llegar a casa para hacer la tarea, esa innoble costumbre pedagógica que sólo les resta tiempo. En los mensajes por WhatsApp o en otras plataformas, poco se hablará de lo aprendido en clase, quizá algún cínico pida que le pasen la tarea y esa sea la conversación con el contenido más académico. Ese es un día más o menos común para los jóvenes estudiantes de secundaria. Los aprendizajes académicos, cuando se les cuestiona sobre su día a día en la escuela, poco aparecen, son muy laterales. ¿Esto significa que la escuela no sirve, no funciona? Quiero insistir desde mis intereses de investigación y también desde mi experiencia en la elaboración de reactivos para la evaluación de aprendizaje en la formación Cívica y Ética, que mis observaciones no se centran en los procesos de aprendizaje, sino en las relaciones de socialización y socialidad al interior de la escuela. Bajo esta advertencia, la respuesta a la pregunta es no. El que los jóvenes estudiantes pongan poco entusiasmo a los contenidos académicos no significa que la escuela no sirva o no funcione. La escuela es fundamental para la construcción de identidad y pertenencia, para el intercambio de saberes, tanto prácticos como académicos. La escuela es la institución con el mejor funcionamiento, por eso ha cambiado poco desde que se instituyó como dispositivo con objetivos de formación cívica y técnica. Los jóvenes aprenden, quizá de manera lateral, pero son jalados hacia la centralidad del proceso de enseñanza-aprendizaje porque deben aprobar exámenes, deben presentar calificaciones, están imbuidos en ese proceso. El acento lo colocamos desde el enfoque de juventud en la relación entre socialidad y socialización, proponiendo que se ponga más atención, desde la toma de decisiones del sistema educativo, en la importancia de la experiencia juvenil riquísima en las escuelas. Autor: Hugo César Moreno Hernández
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